Guardia de cine: reseña a «Dune» (1984)

Título original: «Dune». 1984. 145 min. EEUU. Dirección: David Lynch. Guión: David Lynch, basándose en la obra de Frank Herbert. Reparto: Kyle MacLachlan, Francesca Annis, Jürgen Prochnow, Patrick Stewart, Kenneth McMillan, Sting, Max von Sydow, Sean Young, Virginia Madsen, Brad Dourif, Sian Philips, José Ferrer, Everett McGill

Película con demasiados elementos para conducirla a la incomprensión y al fastidio para el espectador, pero que, a pesar de ello, es una pequeña joya del cine

«Dune» de 1984 fue un fastuoso proyecto que acabó en un estrepitoso fiasco para los Laurentiis y que, del olvido, resurgió gracias al VHS como filme de culto, a imagen y semejanza de otros fallos de la época en relación con la ciencia ficción, como es el caso de «Blade Runner».

Un fracaso bastante singular que afectó profundamente al director experimental David Lynch, quien se enfrentaba a su primer monstruo en color (tras alcanzar la fama con «El hombre elefante», de 1980), y que acabó muriendo en los despachos de producción. Tanto es así que Lynch odia su producto y es una obra, en su resultado final, que no convenció a nadie, pero que se valora como un intento valiente del director, quien recogió el testigo dejado en el suelo por Ridley Scott.

Tomando prestadas algunas notas de la fallido producción anterior de Alejandro Jodorovski, Lynch hizo lo que pudo, sin embargo, esta película cuenta con demasiados elementos para conducirla a la incomprensión y al fastidio para el espectador, siendo que los pases previos para crítica y algunos escogidos fueron el anuncio del desastre. 

La primera herida mortal para el proyecto es el hecho incontestable de que la complejidad argumental de la obra de Frank Herbert, a nivel religioso, político y filosófico, es imposible de condensar de forma coherente en una cinta de poco más de dos horas de duración

Lynch presentó un primer corte de cinco horas de metraje y, a regañadientes, otro de tres, pero los de Laurentiis, tras dejarse un montón de dinero en escenarios, efectos especiales, vestuario y atrezo, parece que les entró la fiebre de ahorrar y querían que la cinta se pareciera más a una Star Wars adulta (de ahí que se premie más la acción). Lynch, consultando el contrato, se percató que no tenía poder alguno de decisión y, al final, que se proyectaría lo que los productores dijeran y punto.

El resultado de esta racanería es un metraje en el que es excesivamente fácil perderse entre vericuetos, acelerones y cortes sin sentido; males que un tal Spicediver quiso enmendar tras un hercúleo montaje no oficial “fan edit” de tres horas muy logrado que hay por ahí y que nada tiene que ver con la versión especial de televisión de la misma duración de la que también reniega Lynch.

Estos cortes llegan a ser tan graves como la reducción de la presentación a cargo de la princesa Irulan. En el montaje final, se recortaron las explicaciones sobre qué son los Mentats, qué son las Bene Gesserit, que ella es parte de la orden y qué es el Kwisatz Haderach (se puede ver en Youtube). Solo dejando íntegra esa presentación, se entendería casi toda la cinta.

Por otro lado, a pesar de que Herbert se sirvió ampliamente de ellas en sus novelas, las narraciones interiores de los propios personajes, compartiendo sus pensamientos a susurros, chocan con el espectador. No digamos ya que muchas veces resultan inaudibles, debiéndose juguetear constantemente con el mando a distancia, lo cual resulta harto irritante. 

Subiendo otro peldaño, está el mismísimo barón Vladimir Harkkonnen en la interpretación realizada por Kenneth McMillan, personaje repulsivo por sí en las novelas, pero al que se le añaden problemas cutáneos solo para aumentar el desagrado en el espectador. Pero esas pústulas habrían soportables si no llega a ser por esa espantosa violación/asesinato con el que nos es presentado. Confesar que fue este individuo (y ese momento), el que me desanimó en su día a continuar con esta película, de la que fui viendo extractos televisados en abierto en distintos canales y fechas a lo largo de los años. Por suerte, llegué a una lógica conclusión: basta con saltarse la escena de marras y punto que, encima, sucede a los pocos minutos de comenzar el visionado.

Pero Harkkonnen es la punta del iceberg de una visión global de una ambientación oscura, extraña y violenta que no gustó al público.

Y por encima del barón Harkkonnen está la complejidad narrativa de Herbert. Una vez familiarizado con su extraño universo, aunque no se haya leído un solo libro de la saga, «Dune» de 1984 es un título fílmico que se puede escudriñar con interés, tan distinto de otras obras de ciencia ficción, con una sociedad futura e interestelar que ha destruido todo vestigio de inteligencia artificial, que parece más propia del pasado y que viaja entre sistemas estelares gracias a pliegues en el espaciotiempo provocados por una sustancia, la especia Melange. Sin embargo, poco o nada se trata en realidad de la problemática filosófica, religiosa y política que supuran las novelas de Herbert.

(Aunque da bastante caña a la película de Lynch, aprovecho para recomendaron un vídeo de Youtube con el que conoceréis de forma rápida el Lore de «Dune»).

La historia que se plantea en el filme es simple: la importancia del control de la sustancia Melange sirve de escusa para un complot al que se quiere unir la Cofradía de navegantes, quienes ven una amenaza en la figura de Paul, el heredero de la casa Atreides, para la continuación del suministro de Especia Melange. Siendo que dicha casa nobiliar ha alcanzado notable influencia en el imperio, el gobernante del universo entrega Arrakis a los Atreides y, en secreto, apoya bélicamente a la casa enemiga de Harkonnen, anterior explotadora del planeta Arrakis, para eliminar así a la casa Atreides, una familia noble que le resulta molesta en sus planes de perpetuarse en el trono del León de oro sin mayores problemas.

Dicha conjura acabará dando razón a aquellos que creen que Paul es un ser superior o supremo, un mesías: un salvador y un peligro, pero esto no pasa de trasladarse a la pantalla como un tipo al que le salen superpoderes de la nada.

La película es de esas que se vuelven incomprensibles porque todo lo que quiso exponer Herbert no cabe en ella y porque Lynch se vio entorpecido, con un guión (escrito por el propio Lynch), donde se juega a inventarse muchas cosas que no tienen ni pies ni cabeza y por unas exigencias de producción poco ambiciosas.


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