Guardia de literatura: reseña a la novela «Galería DelCorso», de Philip Caputo

Título original: «DelCorso's Gallery»
PLAZA Y JANÉS EDITORES SA,
Esplugues de Llobregat
Traducción: Rosalía Vázquez
Primera edición: febrero de 1985
ISBN: 84-01-32112-3
352 páginas
Una puerta abierta a un fotoperiodismo de guerra que ya no existe; a un mundo que ya no existe

Un cajón cerrado con llave siempre guarda secretos que han de permanecer ajenos a ojos extraños. En esta ocasión, es un archivador de fotógrafo donde se colecciona y se custodia la realidad de la guerra moderna que ningún medio quiere comprar y, mucho menos, publicar. Una suerte de pornografía bélica donde anida la bestia en la que se convierte el hombre con un arma en la mano. La Galería DelCorso es la selección de instantáneas escogidas por el fotoperiodista Nick DelCorso durante casi una década cubriendo conflictos bélicos; un hombre extraño que ejerce un oficio en el que no encaja. DelCorso es un niño de los bajos fondos neoyorkinos que descubrió la fotografía a la par que la guerra, en Vietnam. Es un hombre  en la treintena, marido de una mujer de la alta sociedad y padre de dos críos que apenas ve. Es alguien que debe cumplir la penitencia de capturar la realidad para estampársela en los morros a aquellos que vemos el sufrimiento extremo de este Jinete de Apocalipsis a resguardo tras el amable televisor.

DelCorso es un tipo irascible, difícil de tratar. Temperamental, saca lo peor de sí cuando se cruza con Paul Xavier Dunlop, su mentor y su enemigo mortal. Se odian porque representan dos formas de enfrentarse con el objetivo de la cámara fotográfica a la guerra moderna. Mientras que Dunlop aún se aferra al estilo heroico que lo hizo mundialmente famoso en los tiempos de Corea, DelCorso captura toda la crudeza y la realidad, sin grieta para las composiciones y las fantasías de laboratorio.

A lo largo de 345 páginas, seguimos principalmente a DelCorso durante dos años de vida, dos años de trabajo en Saigón y Beirut, mientras va desgranando los aspectos más profundos de su ser, especialmente como profesional y como padre de familia. A la vez, conoceremos a otros fotoreporteros y periodistas, de entre los que destaca Harry Bolton, probablemente el mejor amigo que DelCorso tenga entre las filas de los reporteros de guerra.

Philip Caputo, el autor, al igual que DelCorso fue primero soldado y, luego, periodista, cubriendo los conflictos de Vietnam y El Líbano. Sin ser una autobiografía (pues Caputo ya ha escrito tres libros de memorias), resulta difícil creer que haya mucha ficción entre estas páginas. Incluso es posible que Nick DelCorso existiera en realidad con otro nombre; quizá Caputo sea el mismo Harry Bolton.

La experiencia directa de Caputo insufla a la obra de una especial calidad sobre un mundo y una forma de hacer periodismo que ya no existen y que se han extinguido a medida que han ido pasando a otra vida los nombres propios de aquellos que ejercieron una profesión tan peligrosa y apta para valientes o inconscientes como es el reporterismo de guerra.

Siendo que Caputo es un escritor que dedica largos párrafos a describir por dentro a los personajes y por fuera aquello que se nos permite ver con sus ojos, a veces resulta una lectura pesada. Sin embargo, nunca llega al punto de vencer al lector gracias a la patina de veracidad que transmite a sus palabras; a la prosa tan plástica con la que refleja esa misma realidad que DelCorso quiere custodiar en su Galería de los desastres de la guerra, como hiciera Francisco de Goya.

La única nota negativa que le encuentro a esta obra está en la edición que he leído, una primera de febrero de 1985, de Plaza y Janés. La traducción de Rosalía Vázquez queda empañada por culpa de constantes errores de imprenta en todas y cada una de sus páginas (no se libra ni una), lo cual es una verdadera lástima. Aún así, no lamento el euro que empeñé en su adquisición en una librería de segunda mano. Lo volveré a hacer si me encuentro a Philip Caputo sobre el mostrador. Me da igual que el estado general y físico del ejemplar que poseo sea mejorable: se queda en mi biblioteca.

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