Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de «Andor» (2022)
Título original: «Andor». 2022. Doce episodios de 40 min. EEUU. Dirección: Tony Gilroy (Creador), Toby Haynes, Benjamin Caron, Susanna White. Guion: Tony Gilroy, Stephen Schiff, Dan Gilroy, Beau Willimon. Obra: George Lucas. Reparto: Diego Luna, Alan Tudyk, Adria Arjona, Genevieve O'Reilly, Stellan Skarsgård, Kyle Soller, Denise Gough, Anton Saunders, Fiona Shaw, Alex Lawther, Robert Emms, Harry Anton, Cairon Pearson, Karen Sampford
«Andor» es una constante declaración de amor hacia la propia Star Wars. El cuento infantil quedó atrás y esta serie es una delicatesen para paladares maduros
Dentro del Fandom de Star Wars, el que con toda probabilidad es el más odioso, pernicioso y fratricida del mundo (ya podríamos aprender algo del de Star Trek), esta serie ha abierto un nuevo frente de tinta y sangre con dos bandos muy aislados y claramente identificables: a favor y en contra, pero en plan burro. Yo soy uno de esos que llevaban un tiempo suplicando un giro adulto de la franquicia y que se vieron momentáneamente atendidos con el estreno de «Rogue One», a pesar de que se quedara en paños menores en comparación con la distinta película que nos montamos nosotros solitos con los avances cinematográficos, muy en la onda de «Apocalypse Now» y «La chaqueta metálica» (recordemos que la Disney presionó para suavizar el metraje y el argumento); y por eso soy de los que defienden «Andor» a ultranza, considerándola como la mejor serie de Star Wars jamás producida. ¿Soy un exagerado? Puede ser, ¿por qué no?
Nunca he entrado al trapo con nadie en lizas internáuticas sobre «Andor». Hasta hoy sólo me he limitado a escuchar y a leer, siendo que es hora de tomar la palabra.
«Andor» es, como he adelantado, la joya de la corona, importando poco que se la considere un fracaso al ser el producto “menos rentable” del macroproyecto de Lucasfilm bajo la batuta de Mickey Mouse. Echo la mirada hacia atrás y compruebo que «El Imperio contraataca» es la más completa, compleja y profunda de la trilogía 1977-1983 y, sin embargo, la que menos recaudó en taquilla. Pero este detalle puramente capitalista ha servido de munición arrojadiza a una legión cuyos militantes se llaman a sí mismos fans de Star Wars, pero que (y se les nota a distancia), gozan con cada traspiés de la franquicia. Incluso apostaría a que serían felices y lo festejarían por todo lo alto si quebrara y se cancelara todo de golpe. No son fans críticos, son fans irracionales y reniegan de «Andor» bajo una bandera en la que se ha cosido la leyenda “«Andor» no es Star Wars”.
Yo me quedé extrañadísimo ante tal disposición de combate y quise saber más del fondo de la cuestión, darme por enterado antes de abrir la bocaza.
“No es Star Wars”, dicen.
Vale, ¿y qué es Star Wars para estos tipos? Pues algo tan simple como peleas con sable láser, jedis, blasters cegándote durante media hora e interminables batallas estelares capaces de hacer renunciar al responsable de efectos especiales más paciente y entregado. Sí, así de simple, lo cual me parece un signo excesivamente flagrante de inmadurez en este universo.
Los hay que afirman que, cuando Luthen Rael se deshace de sus perseguidores imperiales en su remolcadora modificada (capítulo 11), “¡por fin sucede algo de Star Wars!”. Lo dicho: efectos de sonido, disparos y todos tan contentos. Jo-der.
Se da también por buena la afirmación de que no es una serie de Star Wars porque funciona de manera independiente como thriller político y de espionaje. Yo me uno a los que abogan por considerar a «Andor» como un producto ideal para gente que no gusta de la idea original de George Lucas y que prefiere algo más real. Pero, claro, aquí es donde está el hueso: la cuestión política, algo que parte del Fandom se debe creer que sobra en una historia de guerra en la que los jedis son un mero apunte. Nuevamente nos encontramos con la censura y el reniego, eso que tanto encabritó al amigo George y que lo abocó, tras rompérsele las pelotas, vendiéndolo todo a la Disney tan solo por eso de dar dos tazas.
Por mucho que escueza, la política es un motor en Star Wars, siendo necesario incluso mostrar la estructura burocrática del Imperio y que en el mismo hay gente a la que se puede “tocar” (se da una humanización del Imperio), lo cual me parece muy positivo porque, hasta hoy, el Imperio galáctico se reducía a Palpatine, Darth Vader y a un sinfín de anónimos oficiales de gris y soldados de asalto que no duraban ni un telediario.
Otros de los aspectos tomados en el sentido negativo por sectores del Fandom es que «Andor» es una serie “lenta”. Podría incluso estar de acuerdo. Por ejemplo, ¿la trama de Aldhani necesitaba tanto metraje? Pues igual no, o igual sí. Yo achaco esto a nuestra pecaminosa contumacia en gozar de la cultura actual de la inmediatez, que afecta a jóvenes y a mayores a partes iguales; como a mi padre, que le ponemos una película de investigación policial y a los cinco minutos ya quiere saber quién es el asesino, sin importarle su móvil, metodología y los pasos que han conducido hasta él. Así que resulta evidente que a muchos no les apetece conocer a los personajes, el entorno, las motivaciones… Porque «Andor» trata y mucho sobre las motivaciones, amigos míos.
Otro aspecto de la defensa o del ataque para el que la rehúye como fan de Star Wars es que «Andor» es “demasiado oscura”. No se refieren a la fotografía, sino al cariz de la historia y de los personajes, algo que entronca con la senda adulta de la que hablaba en el primer párrafo de esta ya aburrida disertación. Una oscuridad que escuece a ciertos fans, por cuanto ensucia y envilece a los llamados héroes. Aquí no tenemos simpáticos caraduras y granjeros paletos que ganan jugando limpio, sino a gente que no duda en emplear las armas del enemigo para sacar ventaja, importando poco las consecuencias directas y más dolorosas de eso que es aguijonear al Imperio y que sus políticas de represión se recrudezcan hasta límites intolerables. Esto, en un mundo tan WOKE como el que nos ha tocado la desgracia de vivir, “no queda bien” pues Star Wars siempre ha sido monocromático y punto pelota.
Claro, eso que Andor (quien tampoco parece el protagonista, más allá del aglutinador), sea un asesino buscado por la Justicia no mola (sí, su estreno durante los cinco primeros minutos del episodio piloto es por la puerta grande: mata a dos hombres, uno por homicidio imprudente y otro por asesinato en toda regla). Tampoco mola que Luthen Rael sea el príncipe de Maquiavelo trasladado a Star Wars, identificándose más con Palpatine que con un héroe de la libertad; como tampoco que la senadora Mon Mothma se sirva y traicione al gilipuertas de su marido y a la repelente de su hija para ocultar los movimientos bancarios irregulares y recuperar fondos.
Tampoco es que nos encontremos con una Alianza rebelde en sí, sino con grupúsculos enfrentados entre sí y que persiguen metas no del todo coincidentes, como sucede en la vida real en conflictos armados. Aquí tenemos anarquistas, separatistas, neorrepublicanos… que no se aguantan los unos a los otros, como sucedía durante la Segunda Guerra Mundial entre los grupitos de la exageradamente ensalzada Resistencia francesa.
Monocromáticos y con babero, como decía.
Lo más engorroso es que esta gente —que, repitiéndome, se llama fan de Star Wars—, no tiene ojos para llegar más allá de la punta de su nariz, pues «Andor» es una constante declaración de amor hacia la propia Star Wars, la trilogía clásica y Lucasfilm. En ciertos capítulos, entre objetos, escenarios, referencias, etc., hay más de una cincuentena de “huevos de Pascua”. Si hasta en la tienda de Luthen, entre objetos de los Episodios I-III, están las piedras sagradas de «Indiana Jones y el Templo maldito», lo cual es una repanocha. Hasta se nos desvela que Han Solo y Cassian Andor coincidieron en la misma batalla o que el sargento de las Fuerzas especiales de la Alianza rebelde Ruescott Melshi, que sale en «Rogue One» es compañero de módulo en la prisión de Markina 5.
Yo sólo puedo plantar mi pica y gritar “«Andor» sí es Star Wars». Pero lo es a un nivel adulto novedoso hasta la fecha. El cuento infantil quedó atrás y esta serie es una delicatesen para paladares maduros, para aquellos que crecimos con Luke Skywalker, la princesa Leia y Han Solo. Que hemos crecido, esa es la clave.
«Andor» expone los motivos que impulsaron a Cassian Andor, agente de la Rebelión, a unirse a la lucha contra el Imperio (aunque también a otros). Algo a lo que no se llega en cinco minutos, sino que se cuece a fuego lento. Una convicción que no se asimiló por herencia familiar o a la que se entregó sin reflexión ni dolor. Los doce episodios se dividen en cuatro escenas o arcos, iniciándose con la de Morlana, donde Andor está buscando a su hermana desaparecida, con lo cual nos muestra parte de su pasado en el planeta Kenari y que, erróneamente para mí, va quedando atrás en el argumento (lo cual veremos si se subsana en la segunda temporada, aunque se le haga saber a Cassian que "nadie sobrevivió"). Lo que sucede en Preox Morlana da pie a la subtrama del oficial Syril Karn, quien, como policía caído en desgracia y despedido, quiere rehabilitarse y dar caza al asesino de dos compañeros. Sí, Karn está en el llamado “el otro bando”, pero sus motivaciones son legítimas, como las de la teniente Dedra Meero, una oficial del Buró de Seguridad Imperial, que se limita a guardar y proteger con todos los medios a su alcance (a la par que medrar en el escalafón imperial), aquello a lo que ha jurado lealtad: el Imperio galáctico. Y el crimen de Morlana se extenderá lo suficiente para conocer a Luthen Rael (el más carismático y complejo personaje jamás escrito para Star Wars, con independencia de que lo encarne el grandioso Stellan Skarsgård), como Eje rebelde, y su vinculación con la senadora Mon Mothma, quienes representan dos formas de enfrentarse a un enemigo común: de forma violenta y terrorista y de forma conforme a las reglas en un Senado cada vez más fragmentado y carente de poder.
El segundo acto es el asalto a la guarnición del planeta Aldhani para robar la nómina de tres meses de la guarnición, millones de créditos que le vendrían muy bien a los focos rebeldes, pero que, en realidad, es un plan de Rael para enfurecer a los altos mandos imperiales y que el puño de hierro apriete más. Nada como unos latigazos para hacer florecer el odio en el esclavo adormecido, importando bien poco quién se quede por el camino. Un plan al que algunos se apuntan por ideales y otros por dinero, aún vistiendo distintos uniformes.
El tercer acto se encierra entre las paredes de la prisión de Markina 5, una historia puramente carcelaria y de fuga que, a pesar de no ser un género que me guste, es la mejor escrita y llevada a la pantalla, mostrando otro punto desconocido de la maquinaria imperial y a un Andy Serkis que se sale.
Por último, el regreso a Ferrix de Cassian Andor tras la muerte de Marwa, su madre adoptiva (sí, es la actriz que interpreta a la tía de Harry Potter), que conducirá a que todos los personajes principales (a excepción de Mothma), estén a metros de distancia los unos de los otros durante un estallido de violencia civil en el que los muertos se contarán por decenas y a los que se les verá la cara (ya no son personajes sin rostro tras una máscara blanca).
Son muchas las vivencias que moldean a un hombre para conducirlo hacia su destino y Andor, un pícaro nihilista, no va a ser menos en su camino a convertirse en uno de los miembros activos más importantes de la Rebelión.
La calidad de producción y guion es sobresaliente y es de locos que la parte del Fandom que he retratado en anteriores párrafos no lo vea porque esté ciega en su simplicidad de luces y ruiditos.
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