Reseña a «Capitanes intrépidos», de Rudyard Kipling
Título original: «Captains Courageous»
Santillana Ediciones Generales SL, Madrid
Diario El País. 2004
164 páginas
ISBN: 94-96246-56-6
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Título mítico donde los haya entre la Literatura de aventuras, especialmente dirigido a mentes en plena pubertad y que ha terminado consagrado, incluso con adaptaciones cinematográficas. Pero, al contrario que sucede con otras novelas, no se nos presenta un mundo maravilloso y ficticio donde desarrollar fabulosas hazañas, si quiera violentas o pasmosas; sino uno real, de acceso a la madurez a medio de esfuerzos propios, de cicatrices y callos en las manos.
Rudyard Kipling pudo pretender escribir algo más de lo que parece ser esta historia, la cual, no pocas veces, asemeja un artículo periodístico dedicado a las rudas y duras condiciones de vida y trabajo de los pescadores del bacalao en las flotillas pesqueras de Terranova, por cuanto la descripción de los mismos, así como de sus desgracias y alegrías son exhaustivas; cordajes, redes, anzuelos, geografía, procesamiento del pescado capturado… hacemos guardia, desplegamos redes y cebamos anzuelos, comemos y dormimos junto a unos hombres que se dejan la piel para cargar hasta los topes las bodegas de sus barcos y regresar antes a casa y sin una baja.
Y, como excusa para leer semejante trabajo periodístico, está la figura de Harvey Cheney, un bravucón y consentido adolescente al que su madre no quiere poner límite alguno, incluso negándose a ver que ya tiene quince años, y al que su padre, un potentado del ferrocarril californiano, no parece haberle preocupado mucho su sola existencia hasta que se reporta que su caída por la borda del paquebote que le llevaba a las costas europeas para seguir su lánguida educación de niño rico.
Harvey es rescatado de las aguas tumultuosas y oscuras por la ecléctica tripulación de la goleta We’re Here, de Gloucester, capitaneada por Disko Troop, quien no tarda en bajarle los humos al joven náufrago de un buen puñetazo, haciéndole “recuperar” la cordura y que se deje de fantasías. Harvey, con una madurez insólita o una docilidad incluso difícil de creer, comprende que la goleta no va a regresar a puerto y perder la campaña del bacalao por muchas promesas idiotas que el chaval haga con las monedas que supuestamente pueblan los bolsillos de su padre. Nadie cree que sea un heredero de varios millones de dólares, a excepción de Dan, el hijo de Troop y grumete, por lo que a Harvey no le queda otra que aprender el oficio de pescador y, de paso, desempolvarse todas las ñoñerías de pijo, olvidarse de los mullidos almohadones de su habitación y los indolentes y despreocupados días de escuela, y conocer de primera mano lo que significa ganarse el sustento con el sudor de la frente. Como ya he apuntado anteriormente, quizá lo haga a una velocidad que puede sorprender al lector; una transformación casi sin oposición y una aceptación abierta a la dureza del nuevo horizonte que apenas se extiende unos metros más allá de la punta del bauprés de la We’re Here, bajo una casi perenne capa de niebla que lo cubre todo con un manto espectral y que juega con los barcos de la flotilla como si de dados en un cubilete se trataran, preparados para ser arrojados al paso de los grandes y ciegos barcos de acero y vapor que atravesaban el Atlántico.
La novela se divide en tres partes, sirviendo la primera para presentar al odioso Harvey Cheney por su propia boca y por la de los hombres del paquebote que tienen la desgracia de compartir las horas con él y que lo aborrecen sin compasión; la segunda sirve como relato de la campaña de pesca de la We’re Here y de cómo Harvey se adentra en el mundo real como grumete; siendo que la tercera permite el reencuentro familiar de los Cheney, con un Harvey cambiado para bien, con un descubrimiento paterno-filial que maravilla al viejo magnate por las magníficas actitudes que muestra su hijo; pero también para retratar esa asamblea en Gloucester en la que se reparte el dinero recolectado entre las viudas y los huérfanos de los marineros que el mar se ha llevado como tributo; para retratar la tragedia que supone saber precio a pagar por entrar en la edad adulta: ser consciente de la existencia de la muerte.
El libro es cortísimo, lo que abunda en la tesis del artículo periodístico trasladado a la ficción novelada, con una evidente moraleja dirigida a aquellos que transitan entre la niñez y la edad adulta, necesitados de ese “puñetazo” que les haga “volar” bien lejos de la melindrosidad y las jactancias, necesitados de ser conscientes de que un hombre se hace a sí mismo, con su propio trabajo y esfuerzo.
La única complicación que el lector encontrará será el lenguaje empleado, los términos marineros, para los que no valdrá un conocimiento iniciático de los mismos. Aún así, es una novela necesaria para los jóvenes y agradable de revisitar para los adultos.
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