Reseña a «Acordes y desacuerdos»
Título original: «Sweet and Lowdown». 1999. EEUU Tragicomedia. 1 h. y 35 min. Dirección: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Elenco: Sean Penn, Samantha Morton, Woody Allen, Uma Thurman
Un biopic que acaba siendo un documental dramatizado o justo al revés. ¡Cualquiera sabe! ¿Alguien me lo puede aclarar?
Sobre lo que no hay duda es que de la filmografía visionada de Woody Allen, esta película me parece una intrusa, pues poco o nada tiene de aquello a lo que se nos ha acostumbrado. Cuenta con varias marcas absurdas de la casa, pero termina siendo una cinta tediosa y sin interés para cualquiera cuya trama musical le sea totalmente ajena. Yo ni tenía idea siquiera de la existencia de Emmet Ray (y es que no existió pues es un personaje que toma, de aquí y allá, detalles de muchos iconos de la música), el guitarrista egocéntrico y narcisista, el artista egoísta y pícaro, además de patético; un calco a otros tantos artistas y genios. Es que apenas sé nada del palo que toca, el Jazz, al contrario que Allen, quien es un tipo metido hasta las trancas en el género musical y se conoce todos y cada uno de sus vericuetos y callejones.
Lo primero que choca de la cinta son los extractos de entrevistas en los que el propio guionista y director participa de forma activa. Como aportes individuales son geniales, pero no encajan en el montaje de una película que no sea documental, haciéndola perder frescura y originalidad. Tampoco tiene mucho sentido la voz en off de Uma Thurman llegado el momento de su entrada en escena, aunque su personaje tomara nota de lo que rodeaba a Ray, pues rompe la linealidad esquemática.
Por si fuera poco, la película empieza por el final, sigue por un principio y desarrollo y, luego, nos deja con un palmo de narices pues no hay final en sí. Una biografía ambigua y mal cerrada.
En cuanto a los actores principales, Sean Penn está en su salsa, como cada vez que le toca en suerte un personaje con diarrea verbal y gestual; las cosas claras. Además, Emmet Ray es un tipo que se encierra en sí mismo, un gran dique de carne que frena los sentimientos personales; más Sean Penn no puede ser.
Por su parte, Samantha Horton, como Hattie, obtuvo una nominación a los Oscar; bravo. Su personaje se gana al instante el cariño del público; es un flechazo a primera vista, pero no le exigió nada en absoluto, menos para que la Academia se fijara en ella. Vamos, es que la pobre Hattie es muda y lo más comunicativo que hace es marcar las arrugas en un profundo signo de interrogación cada vez que Emmet le habla o fruncir el ceño cuando se mosquea con el pródigo guitarrista, sin mayor complicación.
Para pasar al postre, pues no sé qué más decir de esta cinta, me costó lo mío llegar hasta ese final que no es tal. Algo me dice que si tuviera nociones básicas de Jazz de los años 1920 y 1930 quizá me hubiera interesado algo (quizá y, recalco, algo) de lo que trasegaba por mis retinas y oídos, por lo que, de todas las de Woody Allen, me parece la menos atractiva y ahora coge polvo en el cubo de las películas que “no volveré a visionar”.
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