Guardia de cine: reseña de la película «El duelo del siglo» (2021)

Título original: Chempion mira. 2021. 145 min. Rusia. Dirección: Aleksey Sidorov. Gion: Aleksey Sidorov. Reparto: Ivan Yankoskiy, Konstantin Khabenskiy, Vladimir Vdovichenkov, Fyodor Dobronravov, Viktor Sukhorukov, Dina Pozharskaya. Música: Yuriy Ryabushko

Película larga y sin fondo que solo sirve de guiño nostálgico al pasado soviético

Me engañé al apuntar esta película pensando que recogería el enfrentamiento entre Bobby Fischer y Boris Spassky, de 1972. Sin embargo, gira sobre el enfrentamiento entre Anatoli Karpov y Viktor Kórchnoy de 1978 por el título de campeón mundial de ajedrez. Esperaba muchísimo más de esta cinta cuyo montaje es excesivamente largo para lo que termina contando: una oda cinematográfica rusa a la nostalgia soviética, blanqueando un lado y oscureciendo el otro, sin que el intento de neutralidad interesada convenza a nadie.

Tirando de hemeroteca y publicaciones especializadas, el campeonato de 1978 tuvo de todo, pero la cinta evita herir sensibilidades comunistas. Los soviéticos son los buenos, los que se enfrentan a la adversidad y a las triquiñuelas del “traidor” Kórchnoy con deportividad y valentía. El hecho de que Karpov se negara a estrecharle la mano a su adversario se disfraza como un acto de orgullo personal. Eso y poco más.

Kórchnoy es retratado como un excéntrico envidioso, un payaso, el retrato en carne y hueso de lo que representaría el bloque occidental. Pero Kórchnoy era mucho más de lo que se nos muestra en pantalla. Al contrario de Karpov, joven, mejor parecido y miembro del PCUS, Kórchnoy era un superviviente de la Segunda Guerra Mundial que robaba cartillas de racionamiento a los cadáveres que encontraba tras los bombardeos. Aprendió tarde a jugar al ajedrez y, lo más significativa, era judío. Todo aquel que haya estudiado este periodo histórico de Rusia sabe que hubo nombres propios judíos entre los ideólogos y los héroes de la Revolución, mas los semitas siempre fueron mirados con recelo y considerados como ciudadanos de segunda categoría.

Por envidia o por otros motivos, cuando Kórchnoy perdió ante Karpov en el previo Campeonato de Candidatura, se quejó amargamente a un medio yugoslavo. Según Kórchnoy, el Kremlin había señalado con el dedo a su campeón y le había facilitado todos los medios y el personal de apoyo necesarios para alzarse con el título. Este berrinche le costó caro a Kórchnoy, mucho más de lo que se traslada a la pantalla: aparte de una reducción drástica de su salario de Gran Maestro y restricciones para participar en campeonatos, fue sometido a una estricta vigilancia por parte de la KGB, se le prohibió publicar artículos en revistas especializadas y terminó condenado al ostracismo. 

Ya fuera de Rusia, fue el Kremlin ordenó a todos los representantes soviéticos a negarse a participar en campeonatos donde Kórchnoy estuviese inscrito: El boicot a la rusa de toda la vida.

Ante semejante panorama, Kórchnoy recibió el especial permiso (quizá interesado por instancias superiores para tentarle a huir), para viajar a Holanda y participar en un campeonato. Ya al otro lado del Telón de Acero, Kórchnoy solicitó el asilo político y preparó la documentación para obtener la ciudadanía suiza. Sin embargo, lo hizo dejando en la URSS a su esposa y a su hijo: ella fue confinada en su domicilio y él fue enviado a Siberia. El guion ni se molesta en referenciar de pasada estos hechos.

Cuando se supo que la corona de campeón de 1978 se iba a disputar en Baguio (Filipinas) entre Karpov y Kórchnoy, la maquinaria soviética se activó para dar una lección al desertor. Fue otro párrafo dentro de la larga historia de desencuentros vividos durante la Guerra Fría. Kórchnoy contaba con la simpatía de Occidente, pero el ajedrez podía volver a llevar a una tensión insufrible entre bloques, tanto es así que Washington y Londres tuvieron que intervenir en lo que se presentaba como un enfrentamiento doméstico entre un ciudadano leal al régimen comunista y un traidor disidente.

Como adelanté, la cinta potencia el lado excéntrico de Kórchnoy, que lo tuvo, pero minimiza y oculta los tejemanejes de la KGB. El héroe indiscutible es Karpov, que se enfrenta a un traidor a la causa soviética, al infame Kórchnoy, quien no es más que una arrogante, fantasiosa y tramposa marioneta de Occidente. Se omiten incidentes clave como los de las banderas  (una derrota simbólica para la URSS), o los del yogur que le servían todos los días a Karpov mientras jugaba y que bien podría haber servido de código de transmisión de mensajes entre su equipo y él. Se potencian y mucho los eventos más bochornosos y estúpidos, pero sólo los protagonizados por Kórchnoy.

Más allá del drama plano, se intenta dotar a Karpov de mayor aura heroica debido a la enfermedad de su padre y la crisis sentimental con su entonces pareja, Irina. Al final, el triunfo es para Karpov, lo sabemos, pero tras veinticuatro partidas y no once como se nos quiere colar en la cinta. Curiosamente, no se han atrevido a dar una explicación de la desaparición de Kórchnoy, quien ni siquiera recogió su premio (se dice que siguió el consejo de “evaporarse” que le dieron unos hombres de la KGB).

Victoria de Karpov que cristaliza con los largos segundos dedicados a que admiremos cómo se iza y ondea la bandera de la URSS, para regocijo de todos.

Me ha gustado la manera de representar, como un sistema nervioso, la búsqueda de soluciones a cada movimiento. Me ha disgustado que las cartelas informativas estén en ruso y que, para entenderlas, haya que activar los subtítulos. Pero lo peor ha sido enfrentarme a una película larga y carente de fondo. Decepcionante. Sabía de antemano que iba a ser guiño nostálgico soviético, pero podría haberse firmado un thriller político de calidad. Incluso se podría haber montado algo más digno en honor a la calidad ajedrecística de Karpov.

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