Guardia de cine: reseña a la película «Un mundo de fantasía» (1971)
Título original: Willy Wonka and the Chocolate Factory. 1971. 98 min. EEUU. Dirección: Mel Stuart. Guión: Roald Dahl adaptando su propia obra. Reparto: Gene Wilder, Jack Albertson, Peter Ostrum, Roy Kinnear, Michael Bollner, Aubrey Woods, Julie Dawn Cole, Leonard Stone, Denise Nickerson, Nora Denney
Una hiriente sátira, una alocada maravilla que solo falla en el plano musical
Pocos habrá entre los que peinamos canas que no hayan leído durante su infancia Charlie y la fábrica de chocolate, una de las más obras destacadas (si no es la que más) de Roald Dahl. Pocos habrá que no conozcan a Charlie, un niño que vive prácticamente en la indigencia, en una casa que se cae a pedazos junto a su esforzada madre y a sus cuatro abuelos, todos encamados desde mucho antes de que siquiera el chaval naciera.
Como sucede con este tipo de niños, la humildad y los extraños destellos de ilusión son lo que marcan el ritmo de sus vidas. Pero resulta que sucede algo maravilloso: Willy Wonka, el confitero más famoso del mundo, quien tiene su fábrica en la misma ciudad en la que reside nuestro pequeño héroe, ha colado entre sus tabletas de chocolate cinco billetes dorados que permitirán una visita por las fabulosas y secretas instalaciones chocolateras. El mundo entra en una suerte de paranoia. Una campaña de márquetin que lo hace ganar mucho dinero, detalle que no se le escapa al bueno del abuelo Joe, pues no hay nadie sobre la faz del planeta que no quiera encontrar uno de esos billetes y descubrir qué hay más allá de los muros de piedra de esa misteriosa fábrica. Charlie, a pesar de tener nulas posibilidades, ansía ser uno de los afortunados, conseguir lo que han conseguido otros niños muchísimo más adinerados que él, y resulta que el místico azar juega a su favor cuando, frustrado y tras encontrar dinero en la calle, compra la tableta con el último billete.
Charlie es la contraposición a los otros cuatro niños. Es como si Dahl se anticipara a una suerte de extinción de la buena educación y cargara las tintas, no sólo en su pequeña novela, sino también como guionista de esta película de 1971, tarea de la que no resultó ser un advenedizo, pues firmó antes otros libretos, como el de Sólo se vive dos veces.
En su día, esta extraña, delirante y brutal sátira cinematográfica no fue un éxito comercial. Como otras tantas, acabó en el Olimpo de las películas de culto. Puede que parte del problema radique en que es un musical. Obviamente, que los Oompa Loompas cantaran era algo esperado, pero no así el resto de personajes. Las canciones tampoco es que sean muy memorables y entre los intérpretes, tan solo destacó la entonces niña Julie Dawn Cole como la insufrible Veruca Salt, cuya calidad vocal resultó indiscutible.
Las estrofas entonadas por los Oompa Loompa recogen a la perfección la feroz crítica que encierra Charlie y la fábrica de chocolate, atacando de frente vicios y males como la glotonería, la falta de educación, los padres que consienten todo a sus hijos y el consumo desmedido de televisión. Este ataque se refuerza con el cáustico humor que inunda todas las líneas que recita magistralmente Gene Wilder, con una interpretación de Wonka que a veces se puede confundir con Groucho Marx (no me extraña que alguien creara un Meme). Todo esto está más bien dirigido a un público adulto que infantil.
Si consideramos que Dahl falleció en 1990, sería interesante imaginar cuál habría sido su opinión sobre nuestra sociedad actual.
Sin embargo, los otros momentos musicales, apenas aportan nada. Otro problema es que la presentación y la búsqueda de los billetes dorados consumen más de un tercio de la cinta y, al final, no se nos muestra a los niños maleducados salir de la fábrica tras pasar por el exprimidor, el estirador… Todo queda en un paseo algo fugaz por las estancias permitidas de la fábrica. Esto último es una pena, porque habría tenido muchísima gracia. Pero si queremos ya ser rijosos y quisquillosos, no es difícil encontrarse con anuncios encubiertos de ciertas marcas comerciales, y no me refiero solo a la SIEMENS.
En resumen, es una joya que me ha maravillado ver entera por primera vez, ya con cuarenta años pasados.
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