Guardia de ensayo: reseña a «Elogio del imbécil: el imparable ascenso de la estupidez», de Pino Aprile (2004)

EIDICIONES TEMAS DE HOY SA
Primera edición: julio de 2004
ISBN 84-08-05456-2
245 páginas

El libro es interesante, rápido de leer (tiene pocas páginas y la letra es apta para miopes), pero nos exige un esfuerzo para el que la edición no nos prepara.

Hace ya más de dos décadas, el periodista italiano Pino Aprile se sintió abrumado por una siniestra teoría que iba tomando forma en su mente: la extinción de la inteligencia humana.

Una breve conversación con el premio Nobel en Medicina Konrad Lorenz (1903-1989) permitió que Aprile iniciara una correspondencia con un anónimo profesor de Filosofía austríaco, para debatir su teoría. La esquematización de dicho intercambio de pareceres es lo que contiene el librito titulado «Elogio del imbécil: el imparable ascenso de la estupidez».

La portada y edición lleva a engaño al lector, por cuanto no es un libro cómico y el sarcasmo no abunda en su interior . Incluso el prólogo firmado por Tonino es más humorístico que todo el contenido del libro, donde las disquisiciones sobre la teoría de la evolución, la sociedad, la política y la filosofía señorean cada página.

Pues bien. Pino Aprile llegó a la conclusión de que el ser humano, el homo sapiens sapienstiende evolutivamente hacia la estupidez. Su cualidad más sobresaliente es (o fue) la inteligencia, lo cual contrarresta un cuerpo débil e incapaz de adaptarse por sí mismo al medio. La inteligencia es lo que nos ha salvado en los tiempos del taparrabos, pero Aprile entiende que un exceso de inteligencia es lo que conllevó a los neandertales a la extinción, por cuanto tenían un exceso de cavidad craneal. Así expone que nuestras cabezas se han ido reduciendo para facilitar el parto y para ayudar a la perpetuación de la especie reduciendo la mortalidad de recién nacidos y de madres; pero también detalla que siempre hemos hecho gala de una especial inquina hacia aquellos semejantes más inteligentes. Para ello realiza una somera relación de eventos en los que los hombres sabios fueron asesinados o defenestrados por la masa o por el gobernante invasor, siendo que dicha masa, cada vez más estúpida, se muestra como mejor adaptada para sobrevivir porque se ha adaptado a su propia estupidez.

El profesor únicamente coincide con Aprile en que es sorprendente el gran número de estúpidos que hay en las filas de la humanidad, algunos de los cuales han alcanzado puestos de gran responsabilidad, pero se niega a darle la razón a Aprile por cuanto se debe a sus estudios y creencias, y a que ninguno de los dos podrá saber quién llevaba las de ganar porque la confirmación de la teoría exigirá el transcurso de unos cuantos siglos más.

Como dijo Pérez Reverte: si los tontos pudieran volar, no veríamos el cielo. Una verdad absoluta que comparto, por cuanto la estupidez campa a sus anchas, pero los pensamientos de Aprile se formularon en el lejano Rubicón entre milenios. ¿Su teoría sería ahora, adentramos en el s. XXI, más pesimista?

Sin embargo, Aprile exagera (por no saber qué otro verbo utilizar), en ciertos puntos de su exposición. Afirma que la inteligencia de unos ahonda la estupidez del resto por cuanto la sociedad en su conjunto se beneficia de sus logros intelectuales: el tonto se beneficia del listo que supo hacer y conservar el fuego. Aquí me parece que Aprile es el que peca de estúpido por cuanto el ser humano, como la mayoría, entiendo yo, de animales superiores, aparte de tener un instinto o memoria colectiva, aprende por imitación y ensayo/error. Es como si Aprile llegara al afirmar que si cada individuo no es capaz, por sí mismo, de alcanzar un logro tecnológico en cuestión no tiene derecho a disfrutar del mismo. Es decir, que si no sabe hacer fuego, sin que nadie se lo haya enseñado y un tercero ha de hacerlo por él, tendría que ser condenado a congelarse en una noche de invierno. O, directamente, no tendría derecho a disfrutar de la energía eléctrica.

Soberana tontería, señor Aprile.

Más si cabe cuando somos un animal social, vivimos en sociedad y los beneficios se comparten. Otra cosa es qué clase de uso se les haga y, lo que no se le escapa a nadie: por algunos logros tecnológicos pagamos una contraprestación, que la luz no viene gratis, por ejemplo.

Aprile considera que la Naturaleza nos priva de la inteligencia por cuanto la estupidez parece más adecuada para la supervivencia, eso sí: una vez alcanzadas unas metas evolutivas y tecnológicas. 

Para seguir construyendo su teoría de que la sociedad es estúpida y nos hace estúpidos, Aprile afirma que la forma de sobrevivir en ella es no combatirla, sino adaptarse, que es lo más inteligentePerder el tiempo en mejorar estructuras sociales, burocráticas y de gobierno estúpidas pero funcionales en su deficiente configuración, es el mayor signo de imbecilidad en una persona inteligente

Pero es evidente que la posesión de un título universitario no le hace a uno inteligente (yo tengo uno a mi diestra, en la pared, y me considero un retrasado mental en comparación a mis padres, que eran analfabetos). Como tampoco el ser inteligente a nivel estratosférico te libra de la imbecilidad, pues incluso Stephen Hawking protagonizó hazañas en estos campos. ¿Realmente alguien que tenga la soberbia de considerarse más inteligente que el resto podría considerarse como adecuado para la modificación de las estructuras?

La humanidad se hace cada vez más tonta y eso la perpetúa. Estoy más que de acuerdo en que se dan, cada vez más, más comportamientos ilógicos e irracionales en nuestra sociedad, pero no por ello deben ser tachados de estúpidos. En mi experiencia profesional he de confesar que buena parte del trabajo se fundamenta en el comportamiento irracional y estúpido de propios y extraños, más allá de la terquedad. Puedo (y lo hago), mascullar para dentro, diciendo barbaridades sobre el coeficiente intelectual de aquellos con los que tengo la desgracia de tratar a diario (incluyendo a compañeros de profesión), pero lo que para algunos podría ser una carencia yo diría que, tras la cortina, se esconde cierta astucia: la de hacerse el tonto para no asumir responsabilidades; la adolescencia perpetua gracias a la existencia de un grupúsculo de responsables inteligentes.

Aprile tampoco tiene en cuenta que pensar exige recursos. Aunque va en su línea de supervivencia del más tonto, los animales tienden a reducir esfuerzos y a no dedicarlos más allá de a la mera supervivencia. Una manada de leonas corre tras su presa sólo para comer y si hay hambre, utilizando las técnicas perfeccionadas y aprendidas durante generaciones hasta alcanzar el máximo de éxito con el mínimo de esfuerzo. De ahí el axioma de que un idiota por Youtube argumentando pendejadas gane más dinero que un científico: el primero da a entender que con un mínimo esfuerzo alcanza un mayor logro económico, mientras que el segundo, tras años y años de estudio, malvive con el salario mínimo interprofesional en busca de un logro que, en caso de conseguirse, pasará a ser mera rutina.

Además, ¿cuál es el sueño compartido por todos? El que te toque la lotería y no tengas que dar un palo al agua en lo que te resta de vida. ¿Eso es ser tonto? Quizá sí el solo vivir para que te toque esa lotería y lamentarte de tu mala suerte y envidiar a los que tienen fortuna.

La conclusión de Aprile que más acongoja es la de que el ser humano no está preparado para la esperanza de vida que está alcanzando en ciertas sociedades modernas, siendo la contraprestación a pagar una ancianidad de Parkinson y Alzheimer de la que pocos mantienen salen cognitivamente indemnes. Pensamiento que abunda en la teoría de que la Naturaleza actúa ahí de forma más atroz para fomentar la imbecilidad.

El libro es interesante, rápido de leer (tiene pocas páginas y la letra es apta para miopes), pero nos exige un esfuerzo para el que la edición no nos prepara.


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