Guardia de literatura: reseña a «Miguel Strogoff», de Julio Verne

Título original: «Michel Strogoff»
Edicioens Gaviota SL, Madrid
Traducción: Tradutex
ISBN: 84-392-0915-0
232 páginas

Única ficción histórica firmada por Verne, quien nos quiere inmunes al desaliento y al dolor en una aventura en la que no hay un momento de descanso

Estoy convencido que tuvo que ser, la fuerza, uno de tantos títulos que saqué prestados de la biblioteca pública en aquellos oscuros días en los que aún no despuntaba del suelo. De aquellos de tapa dura, cubierta color oliva y letras en plata. Mas no lo recuerdo y eso que otros, como «Viaje al centro de la Tierra», quedaron marcados, tanto como si los hubiera leído ayer.

¡Bah! Da igual… No importa con qué edad penetre uno en los sueños y ficciones de Julio Verne, por primera vez o por contumacia: por mucho que se las etiquete como literatura juvenil, sus novelas son atemporales y carecen de un público concreto. Yo, a mis cuarenta pasados, lo he disfrutado como si tuviera quince.

«Miguel Strogoff» es considerada como la única ficción histórica escrita por Verne. A semejanza de «La vuelta al mundo en ochentas días», es el resultado de la extrapolación de miles de datos obtenidos mediante la lectura y el estudio de mapas y libros de viajes y exploraciones, esta vez por Rusia, Siberia y el Asia Menor, para conformar así una novela de aventuras sin par que deja al lector sin aliento al atravesar un territorio inflamado por la guerra, siguiendo los pasos del infatigable correo del Zar (una suerte de Rambo, si se me permite la comparación en cuanto a su inquebrantabilidad). Es difícil no sentir el agotamiento y el dolor durante los miles de kilómetros que dura el viaje entre Moscú e Irkutsk, pero Verne, como con Nadia, nos quiere inmunes al desaliento en la taiga donde la muerte campa a sus anchas, junto a espías y columnas móviles tártaras, todo sea por ver a Strogoff cumplir con su cometido: entregar al Gran Duque una misiva del Zar advirtiéndole del traidor Iván Ogareff, quien, como caballo de Troya humano, pretende penetrar las defensas de la capital siberiana y consumar una venganza largamente planeada.

Los capítulos, algo más largos de los que, por ejemplo, podemos encontrar en textos como la ya referenciada «La vuelta al mundo en ochenta días», da pie a que Verne describa con metodismo la geografía y los parajes que cruza a la carrera Strogoff junto con su compañera de viaje, Nadia. Vegetación, accidentes geográficos, el calor, el frío, las ciudades atestadas de ojos y oídos, los ríos cada vez más infranqueables y la fauna, salvaje y hostil, a la que sólo se puede vencer cuchillo en mano. Capítulos en los que siempre les ocurre algo a los protagonistas: ataques, separaciones, fortuna y desgracia, sin que por ello Verne pudiera desentenderse del asunto de plantar a un compatriota en escena, esta vez un tal Alcide Jolivet, periodista que formará una extraña unión, a lo Jack Lemmon y Walter Matthau, con el también plumilla Harry Blount, inglés para más señas. Jolivet y Blount, en una suerte de competición, desean cubrir el conflicto siberiano como reporteros de guerra, aportando una chispa de humor a un drama en toda regla, en el que el cumplimiento del deber está por encima de la fatiga y el dolor (y de esto último hay mucho en esta novela).

Si he de poner una nota negativa, se la pondría al final, que es bastante precipitado, pero no es nada comparado con la opinión que me ha excitado esta edición. El volumen escogido para esta lectura ha sido el de la versión íntegra de GAVIOTA EDICIONES, de 2001, en su serie “Biblioteca universal de clásicos juveniles”, con el sello “Especial Centenario de Julio Verne” bien puesto. A pesar del esfuerzo (tapa dura y unas contadas ilustraciones a color, junto con una semblanza del autor), nos encontramos con un sinfín de errores tipográficos que plagan casi toda la extensión de la novela. Hasta el punto de encontrar “ojos” escrito con h. 

No he tenido la oportunidad de tener otro título de la serie entre las manos, pero si este problema fue común a la misma, los de GAVIOTA se merecían un buen tirón de orejas. “Hay que quedarse con sus trabajos y no con sus triunfos”.


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