Guardia de cine: reseña a «El hombre que mató a don Quijote» (2018)

Título original: «The Man Who Killed Don Quixote». 2018. 133 min. RU. Dirección: Terry Gilliam. Guión: Terry Gilliam, Tony Grisoni (personajes de Miguel de Cervantes). Reparto: Adam Driver, Jonathan Pryce, Olga Kurylenko, Stellan Skarsgard, Joana Ribeiro, Óscar Jaenada, Jordi Mollá, Jason Watkins, Paloma Bloyd, Rossy de Palma, Sergi López, Mario Tardón, Joe Manjón

Don Quijote es inmortal, con independencia del rostro que luzca, pues el apego del ser humano hacia la fantasía y por ver un mundo diferente nos tendrá siempre obsesionados, hasta más allá de la locura

Como Penélope, hilando de día y deshilando de noche, Terry Gillian estuvo un cuarto de siglo dándole vueltas a su particular visión sobre un personaje y una obra que siempre le han apasionado más allá de la obsesión más inocente. Y tras una infinidad de vueltas, cambios y recesos, llevó su sueño a la pantalla grande; una historia que, a semejanza de la de Miguel de Cervantes, mezcla la realidad con la fantasía y la fantasía con la realidad.

El protagonista de esta cinta es Toby, un encumbrado director de cine que tiene de los nervios al equipo de rodaje con sus aires de estrella y que gusta jugar con a quemarse los dedos al mantener una fogosa relación puramente sexual con Jacqui, la esposa de su jefe, para quien está dirigiendo una nueva versión cinematográfica de El Quijote en mitad de un yermo español surcado por un mar de modernos molinos de viento. Durante una velada, de manos de un gitano encarnado por Óscar Jaenada (que bien podría haber sustituido a Johnny Depp en el papel de Jack Sparrow), le llega a Toby una copia pirata de «El hombre que mató a don Quijote», su trabajo de estudiante de cine, filmado diez años atrás en un pueblo a no muchos kilómetros de donde se encuentra en set de rodaje. Picado por el tábano de la curiosidad y de la nostalgia, Toby conduce hasta el pueblo de Los Sueños para descubrir que su paso, una década atrás, trastocó en demasía la vida de sus habitantes, tanto es así que Javier Sánchez, quien interpretó a Alonso Quijano, se cree don Quijote de la Mancha e inmortal, y que Angélica, una niña que hizo de Dulcinea y a quien Toby llenó la cabeza de pájaros de un futuro de éxito como actriz, tras ser escort de lujo ahora es la amante y el saco de boxeo de Alexei Miiskin, un presuntuoso oligarca ruso con la cara de Jordi Mollá.

Confundiendo a Toby con Sancho Panza, Javier Sánchez-don Quijote arrastra al cineasta a una particular aventura-sueño-pesadilla-realidad, todo a la vez, por los cerros manchegos repitiendo algunos de los pasajes del Quijote, con su particular humor, ironía y denuncia.

Los hilos se van cruzando en este tapiz, así como la fantasía, trasladando a Toby del presente al s. XVII, de los vertederos incontrolados en medio de ninguna parte,+ a extrañas ínsulas, hasta el momento en el que se reencuentra con Angélica, su Dulcinea, y, cegado como don Quijote, pretende rescatarla de las garras del peligroso y caprichoso ruso.

La película es un maravilloso canto de amor hacia la magna obra de Miguel de Cervantes, tanto es así que no es difícil leer el mensaje de Gillian con ese punto final que coloca sabiamente, dando a entender que don Quijote es inmortal, con independencia del rostro que luzca, pues el apego del ser humano hacia la fantasía y por ver un mundo diferente nos tendrá siempre obsesionados, hasta más allá de la locura.

Como lo que suele hacer Gillian, es un film plagado de detalles y de simbología, aunque no entiendo esa manía que tienen algunos de perpetuar en la conciencia general de que los españoles quemamos santos a lo Misión Imposible II, pues aquí tenemos una hoguera coronada por una virgen (y no creo que eso salga en un capítulo del Quijote, ¿no?).

Magnífico Jonathan Pryce en su papel de don Quijote y también Adam Driver en el de Toby (Driver es la excusa a la que me he abrazado para ver esta película, pues le admiro mucho como el actorazo que es). Magnífico es el juego de planos, la lucha entre la burda realidad y la peligrosa fantasía. Un título sobre el que volveré mis pasos con toda seguridad.


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