Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de «D.P.: El cazadesertores» (2021)

Título original: «D.P.». 2021. 6 capítulos de 40 min. Aprox. Corea del Sur. Dirección: Han Jun-hee. Guion: Han Jun-hee. Reparto: Jung Hae-in, Kim Sung-kyun, Koo Kyo-hwan, Juan, Son Suk-ku, Hong Kyun

De Corea del Sur nos suele llegar bastante material, incluso dramas bélicos de muy buena factura, por lo que no he hecho oídos sordos a este «D.P.: El cazadesertores», la adaptación televisiva del popular webtoon «D.P. Dog’s Day», escrito y dibujado por Kim Bo-tong (publicado entre 2015-16)

La obra busca causar una honda desazón en el espectador. A buen seguro, la sensación que ha producido en mi fuero interno, como occidental, no casará al 100% con la de un surcoreano, pero no debe de estar muy alejada. La diferencia radica en la atmosfera que se describe en «D.P.». Al contrario de otros reseñadores, que han llegado a este punto de exponer sus impresiones mucho antes que yo, a mí no me parece que se esté denunciando únicamente el abuso sistemático basado en la jerarquía de la institución militar; sino más bien al que se detecta en cada uno de los estamentos sociales de Corea del Sur, que dista mucho del algodón de azúcar, el KPop y la perfección física más superficial que nos resulta más familiar. Me entenderéis con sólo aguantar un poco más y leer mi exposición del argumento.

Ahn Joon-ho es un chaval para quien la orden de incorporación al Ejército y de cumplir el servicio militar obligatorio es una oportunidad de oro para abandonar un hogar dominado por un padre alcohólico y maltratador, así como para desentenderse de un trabajo donde su jefe no deja de vulnerar sus derechos laborales. Sin embargo, el cuartel dista de ser un oasis en ese sentido: entre las viejas paredes y en olor a aceite lubricante de armas, el recluta Ahn Joon-ho comprueba de primera mano el maltrato sistemático, físico, psíquico e, incluso, sexual al que muchos son sometidos. Un recluta con una antigüedad de tres meses parece estar legitimado para humillar a los recién llegados, a los “conejos” como se los llamaba en España, no digamos ya cuando el abusador es un “abuelo”. Otro tanto sucede en las escalas superiores, donde podemos asistir a varias escenas como aquella en la que el comandante de la unidad le arroja un objeto contundente a la cabeza de un oficial subordinado porque ha dicho algo que no le gusta. Si sois delicados de oídos, os advierto que la retahíla de insultos es inagotable, así como la colección de técnicas de humillación y tortura psíquica.

Lo peor es que todo el mundo lo sabe, lo sufre, lo consiente y lo silencia.

Ahn Joon-ho, gracias a su perspicacia, impresionará al sargento de la Policía Militar Park Bum-gu, que lo adscribe a la unidad D.P. (deserter pursuit), que se encarga de la localización y arresto de aquellos muchachos que abandonan sus funciones durante el servicio militar obligatorio y desaparecen. 

La cuestión que siempre sale a flote es la razón de la deserción, aunque el maltrato no siempre sea la razón, como en aquel episodio en el que un soldado abandona su puesto para poder estar junto a su abuela, diagnosticada con demencia senil, y ahorrar el dinero suficiente para ingresarla en una residencia (un guion de 10); o aquel otro en el que el propio desertor es quien maltrata al pusilánime padre y a su novia, que trabaja en un club de alterne para pagarle los vicios y a la cual la dueña del local le exhorta a que se haga prostituta si quiere ganar más dinero. Siempre se trata de mostrar un expediente con una persona uniformada y su entorno más directo.

Sin embargo, el sufrimiento de los soldados a manos de otros es aquello en lo que ahonda el drama y en la lucha interna de Ahn Joon-Ho, a la que se une el cabo Han Hou-yul, su compañero y superior en la tarea de dar caza a los desertores: ¿por qué buscarlos y traerlos de vuelta, si lo que quieren es huir del infierno? Su deserción es la consecuencia directa y comprensible, más si cabe cuando la institución militar entierra bajo metros de tierra cualquier incidente para evitar el escándalo público, sin siquiera pasársele por la cabeza cambiar el sistema que más que crear soldados fuertes los está traumatizando, conduciéndolos incluso al suicidio. Pero, tarde o temprano, todo reventará.

La serie, en su primera temporada, cuenta con seis capítulos aparentemente independientes (salvo los dos últimos), de unos cuarenta minutos aproximadamente, que se pueden ver de un tirón, no defraudando jamás. Tiene una excelente calidad en todos los sentidos y el humor, nota común en casi todo lo procedente de Oriente, no es tontorrón ni hace mella en el drama. Y la nota más alta se la llevan los dos capítulos de cierre, que tratan un único caso: el del recluta Cho Seok bong, donde la frustración de la víctima alcanzará un punto dramático perturbador y cuenta con una escena oculta en los créditos finales que nadie se debe perder.

Las actuaciones, a la altura, engarzan un hilo dramático y polémico, a la par que interesante. «D.P.» es una crítica a la sociedad surcoreana, por cuanto el abuso, la humillación y la burla se encuentran en todas partes y cualquiera puede ser la víctima, incluso el propio maltratador cuando se le arrebata el poder. Allá donde haya personas débiles en una posición de subordinación, habrá un tirano insensible. Y el entorno militar es la excusa perfecta para partir de un ambiente cerrado y fuertemente jerarquizado y lanzar una mirada al exterior, concentrada e irritada.


No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.