Guardia de cine: reseña a «Daimajin: contraataque del dios diabólico» (1966)

Título original: «Daimajin gyakushu». 1966. 79 min. Japón. Dirección: Kenji Misumi. Guion: Tetsuro Yoshida. Reparto: Hideki Ninomya, Shinji Hori, Masahide Iizuka, Muneyuke Nagatomo, Junichiro Yamashita, Toru Abe

Aburridísima película más enfocada hacia el público infantil y que apenas aporta frescura

Sí, bastante aburrida resulta esta “tercera” parte en la que se nos promete una nueva intervención sin faldas y a lo loco de Daimajin, aunque las escenas en las que interviene son calcadas a las ya vistas (por algo, las tres películas se grabaron simultáneamente). 

En esta ocasión nos trasladaremos a otro valle donde también se adora y se teme al dios diabólico, responsable de cuanta desgracia meteorológica se cebe en los habitantes del lugar. Sin embargo, no solo las tormentas ponen en jaque a una comunidad entregada al cultivo y al aprovechamiento de los bosques aledaños a la montaña prohibida: una partida de leñadores es capturada por las fuerzas del ambicioso señor feudal del país vecino, lord Arakawa, y la emplea para la construcción de su magnífico castillo (aquí damos con un primer paralelismo con la cinta inicial), y a extraer sulfuro de un pozo cercano para seguir fabricando ingentes cantidades de pólvora con las que lanzarse a la conquista bélica de todo el territorio circundante.

Sabedores en el pueblo de la captura de sus hombres, nadie parece dispuesto a partir en su búsqueda y rescate, pues la vía más rápida supone atravesar la morada de Daimajin. Nadie excepto Tsurukichi, Daisaku, Kinta y Sugitatsu, cuatro inocentes e ignorantes niños cuyas preocupaciones pivotan en la suerte de sus padres y hermanos, quienes sufren tormento y maltrato por parte de los soldados del cruel daimyo.

Cuatro niños que serán los protagonistas y que son escogidos a propio intento para llenar las salas de proyecciones con más espectadores de corta edad.

El grueso de la película retrata las evoluciones de los chavales por la montaña hasta llegar al correctamente denominado como Valle del Infierno. Todo muy tedioso.

Y como sucedió con la primera entrega, Daimajin despierta ante una ofensa (esta vez, por matar a su halcón (el cual resucita)), y ante un acto desesperado y desinteresado de sacrificio y bondad, que llevará a la perdición y a la muerte al señor y a sus secuaces, representantes del mal absoluto.

«Daimajin: contraataque del dios diabólico» no llega al punto de poder ser considerada como un producto firmado con una dejadez criminal y absoluta en busca del mayor beneficio al más bajo coste, pero sí como una película a la que le falta el cariño y el buen hacer que se demostró, por ejemplo, con la primera entrega.

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