Guardia de autobiografía: reseña a «Cazador de espías», de Peter Wright con Paul Greengrass

Título original: «Spy Cather»
Traducción: Jorge Mustieles
Círculo de Lectores SA, 
Barcelona
ISBN: 84-226-2658-6
500 páginas

Este libro es una joya para aquellos que gustamos del mundo del espionaje y del contraespionaje, de los que nos pirramos por las novelas de John le Carré de hasta comienzos de los años 80, y a quienes los apellidos de Blunt, Burguess o Philby nos suenan a la fuerza

Con solo sostener entre las manos este libro y echar una ojeada fugaz a la sinopsis de contraportada, cualquiera se puede formar una sentencia bastante acertada de cuál era el ánimo del autor al escribir semejantes memorias, con Paul Greengrass como escudero: una amargor y una frustración sin límites tras un cuarto de siglo de sacrificio al servicio del MI5, y todo ello sin que el lector tenga que saber que el Sr. Wright terminó retirado con media pensión y sin derecho alguno sobre los quince años de juventud que dedicó al Almirantazgo británico en la fábrica de Marconi.

Los escándalos del mundo del espionaje y del contraespionaje del Reino Unido desde los años treinta hasta los sesenta por fin al descubierto. Cazador de espías, un libro cuya publicación intentó evitar por todos los medios legales a su alcance la mismísima primera ministra británica Margareth Thatcher: demasiados datos comprometidos y demasiadas reputaciones honorables entredicho”.

Como resume la frase que cierra el libro: “Su problema, Peter, es que conoce demasiados secretos”.

Y es que Peter Wright relató con todo lujo de detalles el trabajo que llevó a cabo para el MI5, incluyendo una relación de funcionarios, agentes de inteligencia, colaboradores y desertores que (a excepción de dos salvedades), son identificados con nombres y apellidos, así como con sus fortalezas, debilidades, pasiones, hipocresías, capacidades o ineptitudes para el cargo o puesto que ocupaban dentro de la Inteligencia británica, de la Commonwealth y de los Estados Unidos de América en el peligroso juego de espejos del espionaje y el contraespionaje contra el bloque soviético durante las primeras décadas de la Guerra Fría. Wright, quien tachó al MI6 de los años 50 y 60 como de sarta de chapuceros, no ocultó su sospecha acerca de la identidad del topo más gordo operativo dentro de la estructura del MI5 y que, a falta de una prueba concluyente, estaba convencido de que era uno de sus exjefes: Roger Hollis, quien debía, por tanto, ser el agente Elli. Pero, claro, ¿y si Wright y los demás no estaban siendo otra cosa que conducidos y manipulados por una maquiavélica estratagema soviética de desinformación?

Tanto durante el ejercicio de su cargo en el MI5 como después, ya con la publicación de este libro (que complementaría generosamente su parca pensión), Wright levantaba ampollas. No sólo era Hollis, sino muchos otros los que podían salir muy mal parados de las investigaciones internas que Wright llevaba a cabo con su grupo FLUENCY y con el análisis de los archivos de comunicaciones de radio VENONA. Aún al momento de ver la luz estas memorias, muchísimos de los nombrados en sus páginas estaban vivos y, entre ellos, otros tantos vivían un acomodado retiro y una reputación inmaculada que estaban obligados a salvaguardar dentro del férreo círculo de la alta sociedad de la Inteligencia británica, que era un espejo sin distorsión de la alta sociedad política, nobiliaria y burguesa británica; prácticamente el MI5 y el MI6 eran un club donde los buenos apellidos abrían muchas puertas y donde no se podían airear los trapos sucios. Wright, luchando contra la burocracia e intereses que pretendían evitar cualquier tipo de escándalo, llegó a la conclusión de que se prefería echar tierra sobre la sospecha de una penetración soviética a alto nivel a reconocer la verdad y salvaguardar la seguridad nacional y de la OTAN.

Wright inició sus memorias relatando su infancia y su juventud, marcadas por los problemas económicos y el alcoholismo de su padre, con quien trabajó en Marconi. El joven Peter no pudo acceder al ambiente privilegiado universitario, pero adquirió suficientes conocimientos, ya desde niño, sobre radios y micrófonos como para que sus habilidades no pasaran desapercibidos.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, ya en los años 50, Wright relata cómo fue contactado y fichado por el MI5, introduciendo en la estructura de la Inteligencia interna y con su sola presencia un hálito científico a la investigación policial propia de este servicio. A Wright le convenció la oferta, a pesar de que renunciaba a la pensión que había generado tras quince años en Marconi, pero tenía la oportunidad de modernizar el Servicio desarrollando programas y aparatos de escucha y detección, así como sistemas de análisis, descifrado y archivo de grabaciones, que le permitieron acometer impecables operaciones de ataque a embajadas rusas. Sin embargo, a pesar de que no se le podía reprochar nada a él y a sus hombres con respecto a las operaciones, siempre sucedía algo que frustraba por completo el objetivo marcado: un equipo de detección se personaba por sorpresa en la embajada soviética o afín, incluso el mismo día que se activaban los micrófonos, y anulaba la intrusión; la habitación que estaba siendo objeto de escucha se cerraba o cambiaba de funcionarios y funciones; los micrófonos quedaban inutilizados tras aparatosos muebles o tras una no programada obra de pintura. ¿Por qué? Tanto fue el cántaro a la fuente que Wright comenzó a sospechar. Por entonces aún estaban calientes las deserciones de Burguess y Maclean (1951), así como que se mantenían incólumes las sospechas sobre Kim Philby, quien acabaría escapando a Rusia a comienzos de los años 60. La sospecha era bien fácil de expresarla en palabras: había una infiltración soviética en la cúpula del MI5 con acceso privilegiado a las operaciones de ataque y que las filtraba al enemigo, era la única forma de explicar que todas, sin excepción, fueran burladas.

Wright, hasta su retiro a mediados de los años 70, encabezó una caza de espías bajo la atenta mirada (y no siempre comprensiva) de cuatro directores del MI5, siendo uno de ellos el ya referido Roger Hollis. En los archivos, en su caja fuerte y en su cabeza, Wright acumuló ingente cantidad de información extraída de grabaciones de radio descifradas, interrogatorios a sospechosos y desertores del bloque oriental, así como de personajes que conocían y mantuvieron lazos de amistad con el famoso círculo izquierdista universitario de los años 30 y con los integrantes del conocido grupo de “Los cinco de Cambridge”.

La presión y la animadversión que Wright y los suyos despertaban a su paso, llegando a ser tildados de paranoicos, que veían rojos por todos lados, y de agentes de una GESTAPO británica, acabó siendo insostenible. Cuanto uno se acerca más al final de la obra, más se da cuenta del resquemor que supuraba Wright; de su ánimo de revancha contra esa clase privilegiada de señores contra lacayos que ocupaba por herencia la cúpula de Inteligencia y que se limitaba a esconder la suciedad bajo la alfombra, lo más lejos del Parlamento y los primos americanos.

Este libro es una joya para aquellos que gustamos del mundo del espionaje y del contraespionaje, de los que nos pirramos por las novelas de John le Carré de hasta comienzos de los años 80, y a quienes los apellidos de Blunt, Burguess o Philby nos suenan a la fuerza. Se describe con pelos y señales las tareas de vigilancia y análisis de información, así como interrogatorios a desertores y traidores; se narran anécdotas increíbles y se nombran a personajes tales como Klop Ustinov, el padre de Peter Ustinov (Wright y otros tuvieron que mover hilos para que le pagaran la pensión por sus servicios al Reino Unido), o cierto agente que, durante la Segunda Guerra Mundial, vivió aventuras y protagonizó hazañas en Persia como para hacer una película de acción; se describen encontronazos en reuniones de alto nivel y operaciones contra embajadas (incluso de países aliados), con un largo etcétera de datos curiosos y nombres y apellidos de piezas clave del espionaje y el contraespionaje de la primera mitad de la Guerra Fría. A todo esto, me ha gustado muchísimo, me ha encantado, mejor dicho, que Wright mencionara a una funcionaria que, según él, inspiró a John le Carré para crear el personaje de Connie Sachs (léase la trilogía de Karla), o la sección F del MI5 que yo identifico a la perfección con “La casa de la ciénaga”, de la saga Jackson Lamb escrita por Mick Herron, y que era un departamento que los agentes y funcionarios más capacitados evitaban y que era dirigido por un simpático borrachín (blanco y en botella).

«Cazador de espías» es para aquellos que gustemos de todo este ambiente de pasillos y habitaciones con marcas de colillas en el suelo, de conspiraciones lejos del frente de batalla que sale en las noticias. Si no eres uno de “los nuestros”, este libro puede resultarte carente de interés y tedioso, a pesar de lo bien escrito que está y su dinamismo.


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