Guardia de literatura: reseña a «Nosotros», de Yevgueni Zamiatin

Título original: «Mi»
SALAMANDRA (Penguin
Random House Grupo
Editorial SAU), Barcelona
Primera edición: mayo de 2023
Traducción: Marta Rebón
ISBN: 978-84-18363-36-8
282 páginas
La piedra fundacional del género distópico

Novela que debería brillar con más intensidad en nuestras estanterías por su importancia capital en el devenir de la literatura de anticipación científica, por cuanto es la considerada como la primera en cuyas páginas se trata la distopía fría y voluble frente a la utopía decimonónica, inspirando a autores de la talla de George Orwell a escribir obras como «1984» y a considerar «Nosotros» como muy superior a «Un mundo feliz», de Aldous Huxley. 

Yevgueni Ivánovich Zamiatin (1884-1937), fue un ingeniero naval ruso más que aficionado a la escritura. Dejó como herencia un prolijo patrimonio a base de pluma y papel que lo condenó a estar a las malas con el Zarismo y, después, a pesar de ser un ferviente revolucionario, a estar también a las malas con el régimen soviético: prisión, censura, exilio.

Y «Nosotros» es una obra que surgió cuando aún se sentían los dolores del alumbramiento de la URSS. A pesar de ser fiel a sus ideales, Zamiatin se percató de que algo no marchaba muy bien en aquella moderna utopía proletaria, y ese algo era todo. Dicen que Zamiatin se anticipó a la paranoia stalinista, pero no le otorguemos todo el mérito a “papaíto” Stalin. Todos fueron hijos de la revolución, de la dictadura, de las chekas y de su tiempo. Todos y todo aquello Zamiatin lo envolvió con las tapas de una novela de ciencia ficción distópica que fue prohibida en la URSS, pero que llegó de rebote a Europa occidental. Orwell ya ensalzó «Nosotros» antes de publicar «1984», una novela terrorífica sobre un tiempo futuro muy lejano, en el s. XVI, en el que la felicidad es impuesta mediante la razón matemática y la pesadas cadenas de privación de cualquier libertad y derecho, llegando a convertir al ser humano en una máquina.

En ese futuro, tras la conocida Guerra de los Doscientos años, una ínfima porción de humanidad compuesta por varios millones de individuos sobrevivirá en una megalópolis de cristal, rodeada por un alto e impenetrable muro que la separa del mundo exterior, completamente domeñado por la Naturaleza. Una ciudad que es el Estado Unido, una pirámide cuya base está compuesta por los números (las personas no tienen nombre propio), a quienes vigilan muy de cerca los Guardianes (algo extremadamente fácil cuando todo es de cristal transparente, existiendo únicamente intimidad cuando se obtiene permiso para tener relaciones sexuales; Zamiatin no pudo haber imaginado nada mejor o parecido a un sistema de vigilancia por videocámaras); y, por encima de cualquier cosa, el Benefactor, un hombre, ente o máquina (no me ha quedado muy claro), que cuida de que la felicidad no se vea amenazada.

Los números viven en una rutina industrial bajo el sistema de la Tabla de las Horas. Se levantan a la misma hora, mastican cada bocado cincuenta veces, tienen sus horas de paseo (desfilando al son del himno del Estado Unido), y hasta sus horas de sueño. Son robots; incluso su alimentación está hecha exclusivamente a base de petróleo.

Como bien escribiría Orwell: libertad es igual a esclavitud, pero esclavitud es igual a libertad.

Y de entre todos esos millones de números, D-503 es quien nos adentrará en ese mundo extraño y desquiciante. D-503, un ferviente ciudadano del Estado Unido y constructor de la Integral, una nave interplanetaria con la que se visitarán nuevos mundos y nuevas civilizaciones, y cuya misión será el extender el credo de la felicidad, primero con la palabra, segundo, si no queda otro remedio, con las armas (¿no os suena de nada?).

La Integral llevará como carga principal las palabras de los ciudadanos del Estado Unido, por eso D-503, risueño, comienza a escribir una suerte de diario, unas notas que dirige a los desconocidos habitantes de mundos extraños, describiendo con orgullo la sociedad a la que pertenece, donde la libertad ha sido erradicada, donde no cabe mácula alguna del pasado en la superficie cristalina. D-503 es leal, pero tiene la mala suerte de llegar a un cruce de caminos, de tropezarse con algo que hará remover las entrañas de su inquebrantable fe. Ese algo será I-330, una mujer que aborrece, pero a la que quedará perdidamente encadenado. Una mujer muy diferente a todas las demás, que arrastrará a D-503 hasta la Vieja Casa, un edificio anterior al Estado Unido, un vestigio mohoso del pasado “infeliz”, y que le transmitirá “la enfermedad del alma”, que no es otra que el comenzar a cuestionarse todo. Una enfermedad que irá consumiendo a D-503.

Las firmes creencias de D-503 comenzarán a tambalearse con el paso de los días, adquiriendo conciencia de su individualidad frente a la idea de ser un anónimo y anodino grano de arena más en un descomunal desierto social. Tiene alma y se siente enfermo. D-503 irá de cabeza a la perdición en un momento en el que el Estado Unido se verá amenazado por aquellos enemigos de la felicidad que piensan por su cuenta, que se atreven a cruzar el muro de cristal y a adentrarse en la Naturaleza. Una amenaza para la que se encontrará una cura: la Gran Operación, que consiste en extirpar la imaginación.

La versión de la novela que he leído, a cargo de Salamandra, ha seguido a rajatabla la forma que tuvo Zamiatin de escribir su obra: un texto con abundancia de frases inconexas y cuajadas de guiones que ocultan signos de puntuación, cuando no palabras. Es algo que complica la lectura bastante y Zamiatin, quien es un poco cargante en las descripciones, así como reiterativo, no ayuda. Su forma de describir, al comienzo, es muy original, pero llega a repetir las mismas fórmulas mil veces con cada personaje: los labios negros de R-13 y su salivosa forma de hablar, la redondez sexual y rosada de O-90, la sonrisa de sierra de I-330, la curvatura de espalda de S-4711, las ojeras como branquias de YU, las orejas del médico, etc.

Pero es algo que le da una especial vitalidad a la novela. Lo reconozco.

Lo que no me ha gustado mucho es que se hayan dispuesto tres artículos firmados por autores como Margaret Atwood, George Orwell y Ursula K. Le Guin como prólogos. Enfrentarse a su lectura nos somete a un bombardeo tal que acaba por desvelar toda la trama de Zamiatin. Son interesantes, cómo no, al resaltar la figura de Yevgeni Zamiatin y su importancia para el género del a distopía, pero tampoco son trabajos de análisis a la obra en plan editorial Gredos.

Otro aspecto negativo (o no tanto), es la enfermiza obsesión de Ferrán Mateo por anotar hasta lo más insignificante del texto de Zamiatin, con unas explicaciones que, en ocasiones, sobran por ser carentes de interés (como la fecha de introducción del soplete en Rusia), y, en otras, por ser demasiado técnicas. Las hay que son agradecidas, pero otras no tanto.

Y, como aficionado al género, creo que «Nosotros» es la piedra fundacional que faltaba en mi librería, aquella que da sentido a todo lo que he leído hasta la fecha. Tanto es así que no tengo pudor en afirmar (si no ha quedado claro antes), que George Orwell fusiló bastante la novela de Zamiatin, por cuanto los paralelismos en desarrollo y destino final del protagonista son indiscutibles. No por ello, considero que Zamiatin presenta un futuro excesivamente inocente de una dictadura de la felicidad, pues es limpia, ordenada y cristalina, mientras que Orwell compone un horizonte más funesto y caótico. Cierto es que el ruso prevé una humanidad deshumanizada y robotizada, pero desarrollada y tecnológicamente avanzada; y que el inglés otra sometida al miedo más cerval, a la pobreza y a la guerra: los dos panoramas son horrendos, pero el de «1984» se viste de un mayor pesimismo, o así lo creo yo.

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