Guardia de televisión: reseña de la primera temporada de «Guardianes de la Noche» (2019)
Fue poner el primer capítulo y devorar en pocas noches los 26 capítulos que componen la primera temporada
Por cabezonerías mías y por dejarme arrastrar por la corriente que anunciaba que era el título más visionado en Japón, cometí el grave error de visionar una película de Kimetsu no Yaiba sin conocer previamente este universo. Aquella cinta era Guardianes de la Noche: Tren infinito (2020) y, como era de esperar, no me enteré de nada: quiénes eran exactamente los personajes ni por qué estaban ahí plantados. Vamos, que fui de zoquete, pero aluciné con la animación, con la acción y con la violencia, no tanto con los diseños de los personajes, excesivamente recargados en maneras y físico.
Y rebuscando hace unos días en el portal de Prime, por eso de pasar el rato gracias a la nueva modalidad de zapeo que es recorrer el catálogo de las plataformas, encontré la serie de Guardianes de la Noche y la apunté.
Fue poner el primer capítulo y devorar en pocas noches los 26 capítulos que componen la primera temporada que hoy me ocupo de reseñar, aunque sea de forma superficial.
Me alucinó que la calidad audiovisual es la misma que disfruté en la película. En ocasiones, series y filmes no reciben el mismo cariño de producción, pero es algo que no sucede aquí. Kimetsu no Yaiba es un deleite para aquellos que amamos el Anime bien hecho.
La historia es, en formato esquemático, la del héroe trágico que se empeña en dar caza al villano y recuperar así su mundo arrebatado mediante la violencia. Desde el trauma inicial hasta el último capítulo de esta primera temporada seguiremos la pista de Tanjiro Kamado, un muchacho de las montañas que un día, al regresar del pueblo de vender carbón, encuentra a toda su familia (madre y hermanos pequeños) masacrada por un demonio desconocido. Tan solo sobrevive su hermana Nezuko, la cual se ha convertido también en un demonio. Pero porque es capaz de mantener su humanidad y sus recuerdos o porque es diferente a todos estos seres sobrenaturales infectados, Nezuko es capaz de controlar el instinto asesino de matar y devorarlas personas.
Tanjiro, dotado de un excelente sentido del olfato y de una voluntad de hierro, comienza un largo periplo tras cruzarse con el pilar de los matademonios Tomioka Giyu. Este guerrero recomienda a Tanjiro a su maestro, Sakonji Urokodaki, para que lo entrene y lo prepare para unirse al Cuerpo de Exterminio de Demonios, una unidad militar o más bien paramilitar no reconocida por el gobierno japonés. A pesar de todas las dificultades, Tanjiro, gracias a su buena disposición, prosigue en la senda de ser matademonios y encontrar una cura para Nezuko, más si cabe cuando sabe de la existencia del llamémosle demonio jefe, Muzan Kibutsuji, y de la demonio Tamayo, que es una médico que trata de dar con un suero que restablezca la humanidad a los afectados.
Lo que diferencia a Tanjiro de los otros matademonios es que no ve a los demonios como simples engendros asesinos que deben ser exterminados sin miramientos. Comprende que antes fueron humanos y, sin dejar de cumplir con su cometido, consuela y reza por esas almas en pena. Y es que el hilo que vincula a todos los personajes es el dolor. Todos (o casi todos) han perdido a sus familias o han sufrido por motivos como la violencia, la enfermedad, el abandono o la pobreza. Tanjiro percibe esa humanidad descuidada que los demonios recuperan al morir. Claro que esto no es algo que guste dentro del Cuerpo, más cuando se descubra que carga con Nezuko, su hermana demonio.
Junto a Tanjiro, quien se nos presenta a lo largo de unos primeros capítulos de auténtico drama, compartirán camino dos personajes introducidos en la historia prácticamente a la vez. Hablamos de los también matademonios Zenitsu Agatsuma e Inosuke Hashibira. El primero es un, en apariencia, irremediable cobarde con ciertos rasgos de bipolaridad y el segundo es un muchacho crecido en medio de la naturaleza, que oculta el rostro tras una máscara de cabeza de jabalí y que es más bruto que un arado. Zenitsu llega a cansar por culpa de su histrionismo, algo excesivamente empleado en el universo del manga y el anime (histrionismo que veremos también en otros personajes secundarios y que a mí no me hace gracia alguna, pero me aguanto), pero sus momentos de reflexión en off son un excelente conductor. Por su parte, Inosuke reúne una gran capacidad para ofrecernos escenas espectaculares de lucha y un comportamiento que nos arrancará más de una sonrisa aunque no sea esa su intención (es que el tipo es muy bruto, tanto como para mellar a propósito su juego de katanas (una estupidez supina para aquellos que vemos Forjado a fuego, pero son excentricidades del autor (como la de que uno de los pilares del Cuerpo, Shinobu Kocho, haya desarrollado venenos capaces de matar demonios con somo hacerles una herida y no se dote a todos los miembros de dicha sustancia para el filo de sus katanas))).
La temporada finaliza justo antes de comenzar la película de la que os hablé al inicio de esta reseña. Ahora sí que podría enterarme de algo, aunque ya he comprobado que Tren infinito está rehecha en los primeros siete capítulos de la segunda temporada. No tendré que buscarla y volverla ver.
Aunque el género fantástico y sobrenatural en el anime no se encuentre entre mis preferencias, Kimetsu no Yaiba tiene una calidad argumental y visual que justifica su éxito en Japón y en todo el mundo. Todo gracias al talento del mangaka Koyoharu Gotoge, quien publicó la serie entre el 15 de febrero de 2016 y el 15 de mayo de 2020, reunida en 23 volúmenes que no he leído. Si os interesa saberlo, esta primera temporada adapta los capítulos 1 a 54 del manga.
Os la recomiendo sin reservas.
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