Guardia de literatura: reseña de «En Canarias se ha puesto el sol», de Jordi Sierra i Fabra

Editorial Planeta SA, Barcelona
Cuarta edición: junio de 1981
ISBN: 84-320-5387-2
299 páginas

Una novela con la que no he podido conectar, a pesar de contar con una temática de la que nunca me canso de leer

Compré este libro en una librería de segunda mano porque me atrajo la portada y la sinopsis contenida en una de las solapas de la sobrecubierta. Una novela escrita a finales de los años setenta y que mezcla intriga, espionaje, terrorismo y todo tipo ingrediente para crear una atmósfera que mantenga al lector encadenado al argumento con el paso de las páginas. Y no es un argumento que nos lleve a las ya conocidas ciudades de Londres, París, Berlín o Moscú. 

Sierra i Fabra especula en 1979 sobre la España de 1985. Y si los años ochenta fueron bautizados con justicia como “los años de plomo”, este futuro ficticio (ya un pasado alternativo) deja al real en paños menores. La España que describe Sierra i Fabra es una nación hecha jirones, vacilante en sus primeros pasos tras la Transición. Felipe González gana las elecciones en 1981, pero que pierde el Gobierno, siendo que las butacas azules del Congreso de los Diputados es ocupado por la llamada “Derecha civilizada”. Ya se ha perdido la cuenta de los golpes de estado perpetrados por los militares… Pero esto es lo de menos, pues el país está en estado de guerra y no porque la ETA, el GRAPO y otros grupos estén demasiado activos. España vive presa del terror del grupo terrorista separatista canario MPAIAC, cuyos integrantes son capaces de cometer atentados en los que, entre víctimas directas e indirectas, se cobran 7.000 muertes durante el curso de un partido de fútbol en el estadio Santiago Bernabéu

En las Islas Canarias se ha ordenado un estado de excepción, con el Ejército ocupando calles ruinosas y atestadas de artefactos explosivos improvisados y con una sociedad enfrentada entre los que quieren independizarse de “cinco siglos de colonialismo godo” y los que quieren mantener la unidad de España. Una guerra en el archipiélago que es alimentada por varios estados africanos que apoyan al MPAIC, así como por los Estados Unidos de América.

La inminente ejecución de Antonio y sus dos compañeros, condenados a garrote vil, provocará una acción sumamente osada por parte del MPAIAC, una auténtica locura: secuestrar un tren que transporta material radiactivo y un pequeño reactor y cuya línea pasa por el centro de Barcelona. El comando se hace con el tren y da un plazo al Gobierno español para liberar a los tres condenados. En caso de no cumplirse con sus exigencias, hará detonar el reactor arrasando una ciudad de tres millones y medio de personas.

Paralelamente, el presidente del Gobierno, jugándose todo a una carta, ordena que se inicie la operación Guiniguada, un golpe de mano con el que espera acabar con el MPAIAC y la guerra. Pero ciertos países pertenecientes a la Organización de la Unidad Africana (OUA) tienen intereses orientados a recrudecer el conflicto y a que el archipiélago abandone políticamente Europa al precio que sea.

La novela se divide en cortísimos capítulos (algunos de tan solo una página), que nos hacen saltar de un escenario a otro, siguiendo un orden cronológico con indicación de la hora y los minutos, como en la serie 24, por poner un ejemplo. Y tanto salto llega a marear: la prisión donde espera Antonio, el tren en Barcelona, la estación de tren, los palacios presidenciales, los despachos, las casas particulares, los submarinos, las carreteras… Además, Sierra i Fabra adquiere la mala costumbre de transformar su prosa en una suerte de guía turística o de mapa, sobre todo cuando ubica el texto en las Canarias, obligándonos a seguir un callejero que poco nos importa. Como tampoco nos importan algunas escenas y personajes, que apenas sirven de chincheta con la que clavar un evento en el tablero de corcho. Por ejemplo, el tirador de precisión apostado en un piso barcelonés y Niceto, el hermano de Antonio, cuya participación en el drama no conmueve a nadie.

Si he de ser sincero, más de media novela no me ha dicho nada en absoluto. Únicamente despertaban mi interés las escenas del comando de la operación Guiniguada y las de Abel Gameth, el espía español infiltrado en la Administración libia. Lo que pasa dentro y fuera del tren, las conversaciones entre el presidente del Gobierno y el de la Generalitat, las tribulaciones nocturnas de Antonio, el veneno que supura Niceto… Me resultaban indiferentes. Por tales razones, he tardado más de tres meses en terminar una novela de menos de trescientas páginas, la cual debería haber leído de un tirón. La he ido arrinconando cada vez que tenía la ocasión de coger otro título cualquiera. Es más, acabo de terminar la novela, de la que me quedaban diez páginas, y lo he hecho con sumo esfuerzo bajo la excusa de buscarme un entretenimiento mientras le daba a la bicicleta estática.

Por otro lado, se echa en falta la implicación soviética en todo el meollo. Ya en aquellos años era vox populi el interés de la URSS por la posesión y control de las islas Canarias. Y la de la CIA en la novela es tan superficial que si se borran las páginas dedicadas al agente Walt Monahan, nada habría cambiado.

Y lo que no me entra en la cabeza es que un movimiento terrorista capaz de matar a 7.000 personas de un plumazo y amenaza con asesinar a otras 3.500.000 pudiera tener apoyo internacional explícito.

Entiendo bien que en su día esta novela fuera un superventas. Según reza la cubierta de la sobrecubierta de mi ejemplar, es la cuarta edición, con 20.000 ejemplares vendidos (me constan más de 12 ediciones), de una obra que se alzó con el Premio Ateneo de Sevilla de 1979. Lo tiene todo, pero no sé si es porque se ha quedado desfasado en ciertos puntos o porque simplemente no logré conectar con él, he acabado aborreciendo este libro.


No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.