Guardia de cine: reseña a «La cruz de hierro» (1977)
La historia de Heinrich, sumado el sello de Peckimpah, revienta en la cabeza de espectador
Resulta raro ver el nombre de Sam Peckimpah en una producción que no esté cubierta hasta el sobaco por el polvo y la suciedad del Western, pero, aun estando en otro “campo”, su sello de brutalidad y enfrentamiento con el espectador permanece indeleble para mostrar una crudeza inédita hasta entonces en pantalla. Y la novela «Das geduldige Fleisch», de Willi Heinrich, le sirve a la perfección a Peckimpah, gracias al guión de Julius J. Epstein, Walter Kelley y James Hamilton, para hacer eso que tan bien se le daba en una producción en la que se dice que se metía cuatro botellas de whisky al día entre pecho y espalda.
La trama gira en torno al cabo (luego sargento), Rolf Steiner, del Heer, en pleno descalabro de la invasión alemana sobre territorio de la URSS. Un hombre cuya actitud podría acarrearle ciertos problemas; sin embargo, sus superiores directos (el coronel Brandt y el capitán Kiesel), prefieren mirar hacia otro lado pues Steiner es un soldado sin igual, un líder nato para un pelotón que sirve para cualquier misión, para cualquier roto y cualquier descosido, y cuyas bajas son mínimas. Pero Steiner no siente por ello agradecimiento alguno hacia sus superiores; es más, los desprecia y no se calla, para desagradable sorpresa de estos. Steiner se confiesa antimilitarista, lo cual también nos desubica pues, pudiéndose librarse del frente y formar un hogar junto con la enfermera que lo cuida tras caer herido durante la última ofensiva rusa, prefiere vestirse de nuevo el uniforme, cargar con la ametralladora y marcharse en la caja de un camión, rumbo directo a la guerra, sin siquiera dedicarle unas palabras de despedida a la mujer con la que acaba de hacer el amor. Quizá sea culpa de un compromiso tácito e inquebrantable de lealtad hacia los hombres de su pelotón, o quizá sea que Steiner es un cínico adicto a la guerra. O quizá la pesadilla/locura que sufre durante su estancia en el hospital lo impulsa a volver a las trincheras.
Como contrapunto a Steiner está el capitán von Stransky, un miembro de la rancia aristocracia prusiana que persigue, como todos sus antepasados, colgarse una cruz de hierro en la pechera, y lo hace con la desesperación que empuja a un sediento en el desierto. Podríamos decir que el choque entre Steiner y Stransky va más allá de su concepción moral, pues parece advertirse cierta lucha de clases: entre el soldado que sufre en el barro y el superior que, aún con sus galones, no sabe ni recargar una ametralladora. Una lucha irracional entre el bien común y el más puro egoísmo.
Stransky es un necio, pero no por ello deja de ser peligroso y ladino en ese camino que se ha marcado, incluso llegando a atribuirse méritos de guerra que corresponden al difunto teniente Meyer (el único oficial al que Steiner parece apreciar de verdad).
Las posiciones alemanas se desmoronan y se da la orden de retirada, lo cual empujará a los combatientes a una situación límite y sangrienta, donde no hay miseria de efectos especiales, entre explosiones, vehículos, tiros, coreografías de lucha cuerpo a cuerpo. Todo los empujará hasta ese diálogo final entre Steiner y Stransky: “le mostraré cómo lucha un oficial prusiano”, “yo le mostraré dónde crecen las cruces de hierro”.
La historia de Heinrich, sumado el sello de Peckimpah, revienta en la cabeza de espectador, con independencia de que vea la película en pleno s. XXI, cuarenta y tantos años después de su filmación. Lo deja a uno fascinado y sin palabras, y de esto último doy buen fe por tanto he tardado varios días en atrever a escribir esta reseña, sin ser capaz hasta hoy de ordenar los fragmentos en los que estallé por dentro por culpa de esta película que, según he leído, Orson Welles la consideraba como el mejor título del cine pacifista desde «Sin novedad en el frente». No sé si es tanto, pero lo que sí sé es que es mucho más que tiros a bocajarro, escenas a pie de trinchera, asaltos y destrucción y muerte en el barro; es un óleo en el que se retrata al cabo Steiner, un hombre que combate junto a sus camaradas en un ejército que odia y por una causa en la que no cree.
Discrepo y mucho con ciertas reseñas negativas escritas sobre «La cruz de hierro», que la califican de mediocre, poco creíble, forzada, sobrevalorada y únicamente efectista. Creo que quien escribió esa sarta de etiquetas no estaba a la altura de la crudeza y el humor negro de la cinta de Peckimpah.
Para mí, la única pega es la que tiene casi todas las películas históricas de esta franja 1960-1980: no se hacía nada con el estilismo de los actores.
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