Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de «Visitors» (2022)

Título original: «Visitors». 2022. Dirección: Simon Astier. Guión: Simon Astier. Reparto: Simon Astier, Damien Jouillerot, Vincent Desagnat, Tiphaine Daviot, Delphine Baril, Julie Bargeton, Antonia Buresi, David Marsais, Arnaud Tsamère, François Frapier, Jérémie Dethelot, Grégoire Ludig, Florence Loiret-Caille, Henri Guybet, Gérard Darier, Arnaud Joyet, Adrien Ménielle, Jérôme Niel, Vincent Deniard

El absurdo será tan despótico que acabará devorando la lógica de buena parte de la trama. Una serie de ciencia-ficción sin muchos quebraderos de cabeza y que, si tenéis el gusto afinado al humor absurdo francés, es un brillante (en bruto)

La Warner Bros TV desembarcó hace poco en Francia con la intención de hacerse un sitio en el corazón y la parrilla de los galos, y uno de los proyectos aprobados durante sus primeras reuniones fue este extraño relato de ciencia-ficción y de humor absurdísimo hasta la hez escrito, dirigido y protagonizado por el actor, director y guionista Simon Astier, un rostro tan insustancial y conocido en el país vecino como el de Dani Rovira por estos pagos.

La intención de Astier, quien tiene experiencia a la hora de mezclar géneros («Hero Corp»), fue la de rodar un tributo a varias películas clave de su infancia como fueron «Encuentros en la Tercera Fase» y «E.T.», con un poquitín de «Alien», mezclándolo todo en una enfermiza coctelera en la que había incluso sitio para una versión incompetente de los agentes del FBI Mulder y Scully. Astier agitó semejante enredo, lo bebió y lo vomitó sobre Pointe Claire, un pueblecillo francés que parece más bien norteamericano, en el que los televisores de pantalla plana no existen y cuyo único atractivo turístico es la imponente base del Ejército del Aire, hoy clausurada (aunque a la que se accede con una facilidad abrumadora). Entre calles de casas de planta baja y bosques enmarañados acompañaremos a Richard García, un pringado local que acaba de romper con sus dos mejores amigos y de abandonar el negocio de la tienda de videojuegos que regentaba con ellos. Es un hombre perdido y de hombros cargados en el plano psicológico: es el nieto de un hombre que fue una leyenda para la Policía hasta que, ya jubilado, se le fue la pinza y comenzó a disparar a un soldado en plena plaza, razón por la cual todo hijo de vecino se mofa de los García; el matrimonio de Richard con Nancy pasa por su peor momento y Richard sospecha que luce una cornamenta digna de exposición en un refugio de cazadores; sus dos únicos colegas están enfadados con él y le han retirado la palabra; se acaba de enterar que su exnovia Jacqueline ha vuelto al pueblo; y en su nuevo puesto laboral, como policía novato, sufre mobbing por parte del sheriff Kovac y de sus compañeros, y los ciudadanos de Pointe Claire no lo respetan en lo más mínimo, no amedrentándose ante su nuevo uniforme y su reluciente placa.

Pero todo puede empeorar y, durante su primera guardia, dos objetos voladores no identificados chocan en el cielo nocturno y se precipitan al suelo, dando inicio a una historia de alienígenas que hablan y comprenden a la perfección el francés, así como que tienen las características de ser viscosos, siniestros y ladrones. Algo tan “simple” abocará a Richard y al resto de personajes a situaciones indescriptibles en las calles de Pointe Clarie, cuyos habitantes, por costumbre o anormalidad adquirida, no se someten a los mínimos principios de la hipocresía convencional en las relaciones humanas: si les resultas repulsivo, ellos no se lo callan y te dicen “Me das asco”, y lo mismo da si es en la acera o en el noticiario de la WKP. El absurdo será tan despótico que acabará devorando la lógica de buena parte de la trama, aunque se le sepa poner algo de freno en el capítulo 6, en el que se narra la relación entre el viejo y chiflado ex jefe de la policía local y el comandante de la base, sucedida en 1981.

El humor que destila cada escena es estúpido y hasta soez. Personalmente, no soy amigo del humor grueso, pero el que escribe Astier tampoco llega a tanto, por lo que me reí y más al darme cuenta que los chistes superaban la barrera de la majadería y permitían admirar una historia con fondo dramático que se ancla en algo tan humano como la necesidad de tener amigos, amar y ser amado, exhortando a los protagonistas a que dejasen atrás la ponzoña que lastra sus vidas y se lanzasen sin prejuicios a vivir sus sentimientos (más si cabe, cuando se acerca el fin del mundo, pero no voy a deciros más).

Gustar me ha gustado y el acierto máximo ha sido el que los capítulos tengan una duración de sitcom, así como el dotarles de una BSO maravillosa. Lo que no me ha gustado tanto es el enfoque de varias tramas hacia su tercio final, donde llegas a temer que te hayas saltado un episodio sin querer.

La escena final es un guiño a la producción ejecutiva de la Warner para que desembolse euros para una segunda temporada aún más loca. Una escena que es un calco, en su esencia, a la que da cierre a la primera temporada de «Loki» (aunque allí tampoco inventaron la pólvora, ya me entendéis). El Tiempo nos dirá si hay más «Visitors» o no.

Mi recomendación es que si queréis veros una serie de ciencia-ficción sin muchos quebraderos de cabeza y tenéis el gusto afinado al humor absurdo francés, aquí tenéis un brillante (en bruto). Su duración total, aunque acabéis odiando a los de Pointe Claire, os permitirá tener la conciencia tranquila, pues no habréis perdido mucho tiempo en el empeño.


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