Guardia de televisión: reseña a la tercera temporada de «Stranger Things»
Título original: «Stranger Things 3». 2019. EEUU. 8 capítulos. Drama, ciencia-ficción, terror. Dirección: VVAA. Guión: VVAA. Elenco: Winona Ryder, David Harbour, Finn Wolhard, Millie Bobby Brown, Gaten Matarazzo, Caleb McLauglin, Natalia Dyer, Charlie Heaton, Cara Buono, Joe Keery, Noah Schnapp, Sean Astin, Paul Reiser
Una pizca de «Alien», unas trazas de «Terminator» y «La jungla de cristal», todo ello marinado con soviéticos descontrolados y sueltos por Hawkins, Indiana, y presentado por unos niños que han crecido y ya no tienen gracia
Una pizca de «Alien», unas trazas de «Terminator» y «La jungla de cristal», todo ello marinado con soviéticos descontrolados y sueltos por Hawkins, Indiana, y presentado por unos niños que han crecido y ya no tienen gracia
Fui uno de tantos que desgranaban con fervor cuasi religioso las noticias que a cuentagotas se iban filtrando respecto a la producción de la tercera temporada de «Stranger Things», esperando, vehemente, que llegara el 4 de julio de 2019, fecha en la que podríamos tragar como cerdos esta mezcolanza poco original parida por los hermanos Duffer y que tanto priva a nuestros vigentes adolescentes. Sin embargo, debido a una larga y familiar serie de impedimentos, fui retrasando mi cita con estos viejos amigos hasta que el COVID-19 me permitió ponerme al día con tantas cosas. Ya me entendéis.
El poso que me ha dejado esta tercera parte es el que la historia, aunque más entregada a la acción y el terror, con una mayor carga de oscuridad, carece de la cohesión lubricada entre todas las líneas argumentales que convergen en el clímax final. Ya se probó en tal sentido con la segunda temporada, pero en esta me quedó un vacío mayor en el paladar, importando poco las geniales incorporaciones al elenco principal de Érica, la hermana de Lucas, y Robyn (“fabricada” para la ocasión), y que se unen al binomio inseparable Dustin-Steve; o que otros personajes han crecido, como es el caso de Nancy Wheeler, con su papel de becaria sometida a acoso laboral y sexual, o el de Billy, cuyo pasado truncado por la violencia doméstica ha trastocado la lente con la que lo estudiábamos.
La línea argumental de Cé, así como su protagonismo, pierde peso (¿desaparecerá de la narración para la cuarta temporada?) con respecto a otros como Nancy- Jonathan y Dustin-Steve (junto a Robyn); demasiado para ser ella quien aglutina todo. Nancy y Jonathan investigan por su cuenta esa historia tan rara de ratas devoradoras de fertilizante, lo cual es muy interesante y Dustin-Steve están con el asunto de la base militar y científica soviética en el subsuelo de Hawkins, algo tremendamente entretenido, pero muy difícil de creer. Por ahí corren los muchachitos con sus problemas de amores y el asunto de Hopper con Joyce (que ya aburre la mala suerte de Joyce con sus parejas), y todo termina siendo tan informe como el “gran monstruo final” que deben enfrentar los héroes.
El primer capítulo sienta la semilla de la disgregación del grupo de protagonistas; muchas cosas han cambiado y es que los chicos han crecido para frustración no solo de Will Byers, quien sigue haciendo frente a sus cicatrices. Nos sentimos atropellados por la escena inicial de Cé y Mike intercambiando saliva, haciéndonos torcer el gesto. Es algo natural: son adolescentes en efervescencia; ya no son esos mocosos que se tiraban diez horas jugando a «Dragones y Mazmorras» (¡ay, Will! Tú solo quieres regresar a esa área de confort previa a la pesadilla en la que te introdujo a la fuerza el demogordon y el Azotamentes. Te entiendo y, por suerte, el guionista te deja en paz, aunque ahí queda esa velada insinuación a que eres gay lo cual, en mi opinión, es sumarte enteros innecesarios, pues ser homosexual en los ’80 no era la fiesta que creen algunos que es hoy).
Este primer capítulo, como decía, nos envuelve con una visión distinta sobre Hawkins. Se abandona el escenario conocido (y agotado) de Halloween por el verano de Indiana, pero se lo hace “crecer”: lo que considerábamos una humilde ciudad-dormitorio es ahora una nada despreciable urbe de tamaño medio y provista de un centro comercial recién abierto (que llevará a la ruina al comercio local y donde girará buena parte de la acción). Es como si se quisiera gritar a todos, críticos y público en general, que aquí “ya no hay miseria” y el propio repertorio musical no instrumental acude en formación de ataque para aplastar cada duda al respecto (en estos primeros cuarenta y tantos minutos hay más banda sonora pop y rock que en toda la primera temporada).
Por supuesto, el plato fuerte es el escenario del Startcourt, que nos permite abandonar las opresivas paredes de las casas de los Byers y el jefe Hopper, el confortable sótano de los Wheelers, el anodino instituto de Hawkins o el frío y tétrico laboratorio de investigación parapsicológica, que queda en un silente segundo plano.
Un primer capítulo (qué tirria he cogido), que sirve para “recordarnos” lo que “molaban” los ’80 y la cultura del consumismo post-1983.
Los puntos más flojos del guión se advierten en dos áreas concretas: durante la terrorífica escena del hospital, pues no es aceptable que Will tardara tanto en darse cuenta de que “algo iba mal”, como tampoco el cómo se presentan a los rusos en Hawkins, haciendo caso omiso del refrán “adonde fueres, haz lo que vieres”, y es que es infumable ver a estos “malosos” con Ak-47 a plena luz del día y, ya dentro de la instalación secreta, hablando rusto y dejándose ver con uniformes del Ejército rojo. Claro, así los distingues a la primera, pero es que es chapucero. Tampoco es viable que las obras del centro comercial pudieran ocultar los millones de metros cúbicos de tierra que se tuvo que remover para la construcción de la base.
Claro, me espetaréis que soy un típico “buscapegas” del montón, pero es que uno, en ocasiones, ve, razona y, además, es capaz de dedicar alguna befa a los más arrobados seguidores del producto tras la publicación del avance de la cuarta temporada, con ese Hopper resucitado (a ver cómo lo explican…) y sometido a trabajos forzados en algún punto de la Rusia más gélida y menos de postal. Estos chicos, antes de sufrir otra hemorragia nasal, solo tenían que haber atendido a los títulos de crédito del capítulo octavo y final (a buen seguro se lo saltaron), agudizar el oído con el diálogo entre los guardias que van a buscar una “merienda” más para el invitado de honor: ahí habrían advertido un audible amerikanskiy (americano), tras niet (no), con respecto al prisionero que iba a servir de plato de gusto. ¿Qué americano del repertorio general y principal de «Stranger Things», de nacionalidad estadounidense, ha “desaparecido” en una instalación secreta en suelo del Estado de Indiana?
A todo ello, el que los Byers, junto a la huérfana (en apariencia) Cé, abandonen Hawkins permitió que los más despabilados de la tasca dieran por hecho que la cuarto temporada se desarrollará, al menos en parte, en otro punto geográfico. Obviamente, como se expresa en el avance del programa «Cutting Edge» sobre Hawkins (que tiene su punto), es necesario “mover la cosa” y ni siquiera el tito Steve King planta a todos sus monstruos en Castle Rock.
Si es que…
Claro que esta tercera temporada me ha divertido; hasta me he sentido succionado a otra realidad durante el momento músico-brutal de Dustin y Suzie, con su versión de «Never Ending Story». Me ha encantado como lo que es: entretenimiento con un montón de ingredientes y tributos, con una mezcla de géneros, con todo lo conocido. Pero está lejos de ser un producto en crecimiento.
Yo diría que se está agotando.
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