Guardia de televisión: reseña a la segunda temporada de «Stranger Things»

Título original: «Stranger Things 2». 2017. EEUU. 9 capítulos. Drama, ciencia-ficción, terror. Dirección: VVAA. Guión: VVAA. Elenco: Winona Ryder, David Harbour, Finn Wolhard, Millie Bobby Brown, Gaten Matarazzo, Caleb McLauglin, Natalia Dyer, Charlie Heaton, Cara Buono, Joe Keery, Noah Schnapp, Mathew Modine, Sean Astin, Paul Reiser

No hay sorpresas, pero los Duffer han tenido más claro el enfoque. «Stranger Things 2» me parece más sólida, divertida y coral, aún con matices; estira el producto creado, pero lo hace más grande, tenebroso y atávico

Durante los últimos y finales instantes de la primera temporada, cuando Will se escurre hasta el cuarto de baño y, agarrado al bordillo del lavabo, lanza un gargajo procedente del Mundo del Revés, habría que ser de muy necio para no saber que la pesadilla del joven Byers distaba mucho de haberse esfumado con el despertar del nuevo día y el regreso junto con su familia tras una estancia entre las tinieblas.

Tras un año entero de silente sufrimiento por parte del niño, de episodios de lo que los expertos se empecinan en que solo son producto de un trastorno o síndrome postraumático bastante mal diagnosticado, t cuya cura llegará con un poco de paciencia y comprensión, las sombras se revuelven y se ciernen sobre la tranquila Hawkins, Indiana, adoptando una forma más material y peligrosa. Los ataques que aquejan a Will con cada vez mayor frecuencia no son fruto de una mente trastornada, sino reflejos en el espejo de una realidad paralela cuyo corazón pulsiona en el centro del laboratorio del que Once huyó y donde todo dio comienzo.

La segunda temporada, en su arranque, propone algo diferente con esa banda de punkies y marginados liderada por una adolescente dotada de poderes psíquicos y un número tatuado en la cara interna del antebrazo: 008. Se hace llamar Khali e inocula a la serie una expectación que pronto se diluye, siendo su intervención desterrada al capítulo séptimo y a escenas en las que los guionistas tratan de ahondar, sin éxito, en el pasado de Once y que tanto ansiábamos vislumbrar. La ambigua Khali (nuestra Erik Lehnsherr de «ST») solo está para proporcionar a la chiquilla un método para vencer y a la historia tres cuartos de hora para que los demoperros se hagan notar por Hawkins. (Me ahorraré hacer mención de la polémica surgida entre los seguidores de la serie alrededor de este personaje y el mencionado séptimo episodio).

El acierto en esta secuela es la de haber dotado de más peso al resto de chavales, más allá de Once y Mike; incluso tomando el recurso de añadir nuevos nombres al elenco, como con la recién llegada Max (y su psicópata hermanastro que, seamos justos, solo está para que le zurre la badana a Steve Harrington). Will es algo más que el niño desaparecido, aunque acabe en plan Regan en «El exorcista»; a él se le pasa buena parte de la carga dramática e interpretativa de Mike, el cual queda en suspenso, como un mero testigo de primera fila de los sucesos que asolan Hawkins y apenas participa en la acción; Lucas deja de ser el negrito quejica arrinconado en una esquina que no pintaba nada en la primera temporada (ya me preguntaba yo qué harían con el pobre); pero quien se lleva la palma es Dustin, quien se consolida como auténtico elemento cómico que se termina de ganarse el cariño del respetable, manteniendo toda su frescura y encontrando una figura paterna en Steve, con quien protagonizará escenas memorables. 

Entre los personajes adolescentes era obvio que se tenía que resolver de alguna forma el triángulo Nancy-Steve-Jonathan, así como aplicar primeros auxilios a la salvajada puesta en cinta con la desaparición de Barb, la mejor amiga de Nancy, quien no parecía inquietar a nadie, cosa que empujó a muchos tuiteros frenéticos a rasgarse las vestiduras y la cara, haciendo llegar la sangre al río.

Por su parte, entre los adultos, más allá de la sorpresa que nos da Hopper al haber estado cuidando y ocultando a Once desde hacía más de un año, tenemos a Joyce como algo más que una loca desequilibrada por el dolor de la pérdida de su hijo Will y que reencuentra la felicidad y el amor con Bob (interpretado por Sean Astin, quien parece haberse tragado a su Samsagaz Gamyi y su doble de acción, y cuya intervención en la serie se debe a haber sido un Goonie más que a otra cosa), y que es el típico nuevo personaje que se ganará el mismo cariño que Dustin, un ser endeble en apariencia, nada arrojado, y que tenía todas las papeletas para palmar, heroicamente en su caso, eso sí, pero palma a fin de cuentas.

Los actores en general siguen la estela de lo ya comentado en su día en la reseña de la primera temporada. Me vuelvo a rendir a estos mocosos que actúan tan bien, sin exageraciones y que mantienen la compostura en los primeros planos; es que ni son ñoños ni en el momento más ñoño que es el baile de invierno del instituto.

Respecto al ambiente, qué decir: nos arrojan dentro de los años ’80 gracias a la labor de vestuario, ambientación (aunque se les cueles algún gazapo técnico), efectos, música (la BSO es mucho más amplia que en la primera)…

Esta secuela me ha gustado bastante más que la primera; quizá porque todo estaba ya sobre el tablero: conocíamos bien a los personajes y, si no prestabas la suficiente atención, pues parecía que hasta los hermanos Duffer habían dejado de exprimir rico zumo de “quito aquí y pongo allá” de obras literarias y cinematográficas con mayor o menor disimulo, pero, no nos engañemos, pues damos de bruces con viejos conocidos que van más allá de la simple referencia o guiño; a saber y en popurrí inacabado: «Alien, el octavo pasajero», «Aliens», «El exorcista», «Encuentros en la tercera fase», «E.T.», «Gremlins», «It», «La comunidad del anillo», «La cosa», «Los chicos del maíz»,  «La naranja mecánica», «Los goonies», «Parque Jurásico», «Temblores», «Top Gun»…

No hay sorpresas, pero los Duffer han tenido más claro el enfoque. «Stranger Things 2» me parece más sólida, divertida y coral, aún con matices; estira el producto creado, pero lo hace más grande, tenebroso y atávico, acercándose unos pasos más a las pesadillas lovecraftianas, que antes solo se quedó en un individuo puramente animal. Se deja de lado el aspecto más aventurero y se adentra en un sendero más propio de una producción genuinamente de terror clásico. El peligro es mayor, más audaz y voraz; no es solo un bicho antropomórfico guiado por la sangre, sino un cerebro enorme del Mal que se extiende como un virus, lo cual es una propuesta bastante interesante y que no deja de tener relación con la propia Once, quien abrió la brecha interdimensional. No es que ella sea solo la causante de todo, sino que puede ser la razón de que ese mal exista; cuestiones que igual se resuelven en la ya anunciada tercera temporada y que se estrenará, si no se tuerce nada, a finales de este año 2018.

Publicado originalmente en El Navegante del Mar de Papel el 20 de Febrero de 2018


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