Reseña a «First man»

2018. 141 min. EEUU. Biografía. Dirección: Damien Chazelle. Guión: Nicole Perlman, Josh Singer (basándose en el libro de James R. Hansen). Reparto: Ryan Gosling, Jason Clarke, Claire Foy, Kyle Chandler, Corey Stoll, Patrick Fugit


Un thriller íntimo, casi en primera persona que, por desgracia, flojea en ciertos momentos, pero que cumple como homenaje a unas personas que se hicieron realidad una hazaña que hoy pocos seríamos capaces de soñar


Este año se cumple medio siglo de la que es una de las mayores gestas de la Humanidad, hasta la fecha no superada y apenas igualada: poner un pie en un astro extraño, aunque sea sobre la superficie de nuestra fiel y querida compañera la Luna. Cincuenta años que han dado para mucho, tanto en lo bueno como en lo malo, derivándonos hacia un mundo muy distinto a nivel tecnológico y de estupidez general del que se pronosticaba en aquel 1969, pues, además de que exista un gran número de personas que aún mantengan en firme que el proyecto Apollo y la misión 11 fueron un gran embuste (a pesar de haber sido emitido por televisión, con repercusión mundial, justo al contrario que sucedía con las hazañas espaciales soviéticas, cuyos éxitos solo se comunicaban a posteriori y nunca siendo su veracidad objeto de debate), los hay que defienden, a capa y espada, que la Tierra es plana.

«The first man» quiere hacer homenaje a una trágica carrera de obstáculos a la que se enfrentaron no poco hombres y mujeres durante una década de cambios a todos los niveles dentro de la sociedad norteamericana, pero lo hace desde el silencio y la quietud de un hombre llamado Neil Armstrong, ese témpano de hielo que fue elegido para comandar el Apollo 11 y cuyas palabras resuenan en los oídos de casi todos los que hoyamos este planeta.

La cinta rota sobre un eje que condiciona la vida de Neil: la prematura muerte de su hija Karen, un hecho que provocará que se encierre dentro de sí, iniciando una galopada hacia el aislamiento, incluso respecto de su propia familia. Una postura, la suya, un tanto egoísta a nuestros ojos, pero que quizá sea normal en una persona que se juega la vida cada vez que atraviesa la puerta de su casa y se marcha a trabajar.

La dirección apostó por un estilo propio de docureality, con cámaras que transmiten los movimientos de aquellos que cargan con ellas y que se cuelan por cualquier rincón, con primerísimos y hasta intimidantes primeros planos de los actores para transmitir la tensión acumulada y para llevarnos al interior de los claustrofóbicos módulos espaciales recubiertos de aparatos, pulsadores y manivelas que nos son incomprensibles. Todo ello nos hace tomar conciencia (una vez más) de que esta gente estaba hecha de otra pasta, que los tenían cuadrados.

Quizá no sea una producción que justifique todo el ruido que hizo alrededor de los Oscar, pero le da mil vueltas a cintas recientes de astronautas bastante sobrevaloradas, como «Gravity», y permite atisbar el curso rápido de la Historia de los programas Gemini y Apollo. Eso sí, me hubiera gustado un encuadre más global: está muy bien que hayan metido ese movimiento crítico con Von Braun y su sueño, con ese delpilfarro iniciado por un presidente asesinado a tiros en Dallas (apenas un apunte), pero adolece de falta de inclusión del resto de la sociedad norteamericana y del personajes, mas, entonces, no se titularía «The first man», sino de otra manera.

Éste es un thriller íntimo, casi en primera persona que, por desgracia, flojea en ciertos momentos.

(A todo ello: ¿Buzz Aldrin era en verdad tan gilipollas?).

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