Guardia de cine: reseña a «Barry Seal. El traficante»

Título original: «American Made». 2017. 114 min. EEUU. Drama. Dirección: Doug Liman. Guión: Gary Spinelli. Reparto: Tom Cruise, Domhnall Gleeson, Jayma Mays, Sarah Wright, Jesse Plemons

Aunque te disguste el tema o el propio Cruise, «Barry Seal. El traficante» es un excelente título para pasar un buen rato. El pulso narrativo es chispeante; no hay descanso para el espectador, que no sabrá qué escena es una burda exageración o, al contrario, un calco de la realidad que sirvió de germen primitivo para el escándalo “IRANCONTRA”

Los años ’80 están de plena vigencia, moda o como sea y punto en boca. Que nadie lo discuta. No, no quiero escuchar objeciones, si es que las hay, pues solo hace falta sintonizar la radio, encender el televisor o asomarse a la calle, donde puedes ser arrollado por pipiolos quinceañeros, clonados de un video de Jesus and Mary Chain.

Nos aferramos, como la generalidad, a una década a la que le sacamos un lustre adulterado, echando tierra sobre lo malo que tuvo, emulando a la original Miss Jupiter de «The Wacthmen». Y quizá lo hagamos así porque, entonces, el Mal tenía un rostro definido y era predecible, al contrario que ahora.

Acomodándonos a la perspectiva que dan los agonizantes 2010, nos “chutamos” de todo y queremos más. Y si a Ben Affleck le salió redonda la jugada al adaptar la historia de los Canadian Six, si «Narcos» es un buque insignia de Netflix, otra operación de la CÍA podría ser un bombazo taquillero por estar ambientada en esa década prodigiosa, por un cartel encabezado por Tom Cruise.

Barry Seal era un padre de familia y piloto de aviación comercial (fue la persona más joven en la Historia norteamericana en obtener licencia de vuelo) que, tras su paso por Vietnam, se aburría trabajando para la TWA. Como tantos, le daba un poco de pimienta a su existencia con el inocente juego del contrabando al por menor, hasta que fue contactado por la Compañía para convertirse en una herramienta más en la lucha anticomunista en América Central y países del Ecuador. Era un tipo adicto a la adrenalina, por eso se hizo imprescindible, ganando responsabilidades cada vez mayores en los “chanchullos” de la Agencia, hasta que vio la oportunidad de marcarse un tanto, involucrándose en negocios del narcotráfico. Su buena estrella le permitió arrastrar una vida de lujos, aviones cada vez mayores y armarios y jardines atiborrados de bolsas de deporte con millones de dólares en su interior, así como, al igual que Pablo Escobar, labrarse una reputación de filántropo a medida que los agujeros del cinturón se le quedaban escasos.

Aún con mi somero conocimiento del caso real que envuelve a la figura de Barry Seal, la película sigue fielmente los hechos, aunque se guarde que fue el propio Seal quien se expuso a los sicarios por pura arrogancia, al desechar la oportunidad de ingresar en el Programa de protección de testigos, seguro de su “invulnerabilidad”.

El filme aúna varias técnicas de cámara. Los títulos de crédito y la iluminación son muy tributarios de los años ’80, mientras que los planos vienen estando dominados por frontales y de “cámara en mano”, que permiten una panorámica de documental sobre el terreno. Esto, que no siempre sale bien, queda a pedir de boca aquí. Y, claro, a muchos se nos ha hecho la boca agua.

Pero lo que siempre ha chocado o raspado de esta producción ha sido Tom Cruise, quien poco se parece físicamente al Seal de verdad, entrado en carnes, y que habría tenido mejor reflejo en pantalla con una anatomía como la de Russell Crowe. Sin embargo Cruise fue quien se interesó en el proyecto y, lo cual es un ahorro, sabe pilotar aviones. El guión parece estar escrito a propósito para Cruise (quizá sea así), quien es un experto en eso de mostrar una sonrisa en la peor de las situaciones, hacerse el simpático delante de la bestia y de arrodillarse implorando perdón, misericordia, una segunda oportunidad; todo ello con unas notas de sutil picardía y amigabilidad (algo que sí coincidiría con el verdadero Seal, y me remito a las fotografías que se conservan del tipo).

Aunque te disguste el tema o el propio Cruise, «Barry Seal. El traficante» es un excelente título para pasar un buen rato. El pulso narrativo es chispeante; no hay descanso para el espectador, que no sabrá qué escena es una burda exageración o, al contrario, un calco de la realidad que sirvió de germen primitivo para el escándalo “IRANCONTRA”. Es un relato que destila fuertes dosis de emociones humanas, sin llegar a ahogarnos, pero que nos tumba al mostrarnos la naturaleza, una vez más, del ser humano que juega con algo demasiado grande para sus minúsculas manos.

Dejando de lado las objeciones que he ido apuntando aquí y allá, me ha encantado la película desde el primer minuto, sin que me haya dado oportunidad al tedio o a ojear el reloj de pulsera. No llega al punto de «Argo», ni por asomo, pero no cabe duda de que es difícil que defraude a alguien que solo quiera disfrutar del cine, sin ambages; que se haya plantado ante la pantalla con el ingenuo interés de visionar la adaptación de la historia de uno de los hombres más ingeniosos del mundo del espionaje y el narcotráfico.


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