Reseña a «El libro de la selva», de Rudyard Kipling

Título original: «The jungle book»
GRUPO ANAYA SA, Madrid. 1995
Traducción: Gabriela Bustelo
DIARIO EL PAÍS SL. 2004
ISBN: 84-96246-13-2
206 páginas
«El libro de la selva» es un conjunto de cuentos sin moraleja, quizá con un mensaje conservacionista, de brutales descripciones que se alejan de la azucarada adaptación cinematográfica

Mencionar este título te transporta, con cierto arrobo, a la ya entradita en años adaptación de la Disney, con el gracioso oso Baloo cantando y bailando entre ruinas y monos. Una visión, cuanto menos, suavizada de la historia real (a semejanza de lo que dicha productora hizo, hace y hará de otros cuentos y clásicos), aunque ésta en concreto ya venía con canciones desde la imprenta.

«El libro de la selva» es un recopilatorio de relatos protagonizados por animales o por niños abrazados a la vida salvaje. Por supuesto, Mowgli acapara el primer puesto, solo sintiendo, a distancia, la pobre competencia que le pueda hacer Toomai.

Los tres primeros relatos están dedicados a los eventos que popularmente se entiende como «El libro de la selva», y que están protagonizados por el niño Mowgli. Éste, de bebé, fue secuestrado por Shere Khan, un malvado tigre que solo pretendía darse el gusto de probar la carne humana más tierna y que, por culpa de una cojera de nacimiento, se veía obligado a atacar el ganado doméstico de los poblados aledaños a la selva. Por un capricho del destino, el niño fue rescatado y alimentado por dos lobos bajo la atenta e iracunda mirada de Shere Khan. Los años irán pasando y el bebé creció hasta convertirse en un niño fuerte y habilidoso, capaz de sobrevivir, cazar y comunicarse con todos los habitantes de la selva, gracias a las enseñanzas del oso Baloo, el viejo y rollizo maestro de los hijos del llamado Pueblo Libre al que Mowgli fue aceptado casi a regañadientes.

Durante su crianza, Mowgli cuenta con la sabiduría de Baloo y la fuerza de su familia de lobos, así como con la amistad del líder del Pueblo Libre, pero también con la protección felina de la pantera Bagheera, por lo que Shere Khan tendrá que estudiar su venganza por la humillación sufrida en su día y por la desvergüenza con la que el cachorro humano se maneja ante su presencia, en franca y abierta enemistad, jurándose mutuamente darse muerte. El tigre cojo manipula a los miembros del Consejo de la Roca cuando el viejo líder de la manada queda impedido para la caza, signo de una debilidad intolerable dentro de la cruel cadena trófica de la selva, y logra que Mowgli sea expulsado del Pueblo Libre y devuelto a los hombres, donde perderá su condición y protección.

Kipling, en vez de dar una linealidad a su narración, la rompe para incluir una historia sucedida con anterioridad a los hechos principales y que describe al Pueblo de los Monos, un ruidoso, hiperactivo y multitudinario grupo de simios al que el Pueblo Libre desprecia. Necesitados de un líder y creyendo que así llamarían la atención de los pobladores de la selva, los monos se las ingeniaron para secuestrar a Mowgli; un divertido inciso en la película de dibujos animados, pero no en el texto original, pues terminará en batalla campal, matanza y festín para la serpiente Kaa, con la rubrica de una lección imborrable para el joven Mowgli.

El último tramo dedica sus páginas a un Mowgli entre los hombres, de quienes se ríe por sus fatuas supersticiones y falta de conocimiento real de la Naturaleza circundante. Cronológicamente discurre desde la expulsión del Consejo de la Roca, siendo Mowgli confundido por un bebé capturado por un tigre; igual ese bebé era él mismo, pero no hay modo alguno de demostrarlo. Mowgli fue de inmediato adoptado por la madre que sufrió tan terrible pérdida, gracias a la cual el niño de la selva se va habituando a la vida entre los humanos, aprendiendo sus costumbres y su lengua a marchas forzadas, aunque manteniendo siempre las distancias. Es también entonces cuando se finiquita el asunto con Shere Khan, lo cual le valdrá a Mowgli ser repudiado por sus semejantes humanos, apedreado y acusado de hechicería.

El siguiente relato está protagonizado por Kotick, un oso marino que representa una doble anomalía natural: es blanco y pretende dar con una isla a la que no lleguen los humanos para matar focas y arrancarles la piel para hacer lustrosos abrigos. La narración nos aleja mucho de la selva, hasta las rocosas playas del Pacífico Sur, donde se crían focas a millares, y a aguas profundas, con una exhaustiva descripción de la vida animal.

A éste le sigue el cuento protagonizado por la mangosta Rikki-tikki-tavi, quien, gustosamente, se cuela en el jardín, salones y hasta alcobas de una familia de colonos británicos en la India, protegiéndoles de la pareja de cobras que cría a pocos metros de su hogar, siendo ésta, junto al anterior de Kotick, la historia más aburrida de leer.

Por su parte resulta interesante «Toomai el de los elefantes», pues Kipling relaciona la vida y realidad de los hombres que se dedicaban a la caza y domesticación de elefantes salvajes para el gobierno colonial de la India. De este modo tan simple, se consignan los empleos y funciones de cada uno, cómo se organizaba una cacería y cómo se cuidaban a los animales, todo ello mientras se relata la historia de Toomai, el hijo de un cornaca, que quiere ser conocedor de las sendas del bosque y ayudar a darles caza, el cual terminará siendo objeto de admiración por los hombres de la partida al haber sido testigo de un hecho excepcional.

El último relato, que cierra el recopilatorio, gira bajo el título de «Los servidores de su Majestad» y es la discusión acerca de su labor para los hombres u propio valor durante la batalla y la resignación hacia el destino que les ha tocado en suerte entre un caballo, un camello, un elefante, dos bueyes y dos mulos durante una noche caótica en un campamento militar inglés en las faldas de los montes que dan la bienvenida a Afganistán, todo ello recogido por un hombre que se refugia cerca de ellos y que entiende el lenguaje de los animales (¿Mowgli de adulto?).

La colección de relatos fluctúa entre el interés y el aburrimiento, entre la ligera lectura y la pesadez de una narración que parece no tener un cierre concreto. La agilidad de la escritura también varía en función de la historia que se esté contando, eclipsando la Mowgli al resto (y no lo digo por ser la suya la más conocida, sino por ser la más completa y desarrollada).

Al contrario de lo que se suele esperar en estos casos, no he dado con moraleja o intención moralizadora; solo con una particular visión del “mundo salvaje”, de la Naturaleza, con cierta y vaga interacción con la especie humana, tanto para bien como para mal, incidiendo en lo mucho que nos separa, llegando Kipling a adoptar una visión en la que existe mayor lógica en los ojos de un animal, a lo que presta incluso su poesía para componer canciones. Podría afirmarse que contiene cierto mensaje conservacionista.

La edición que he disfrutado es de las típicas producciones veraniegas que terminan como regalo sobaquero de un periódico; de tapa blanda y papel amarillento, pero tributaria de una edición anterior, por lo que su traducción y notas son de aplauso, los versos riman y no se deja al lector a la deriva ante términos extraños de origen hindú o enjaezados que nos son del todo extraños.

Un clásico que nunca está de más leer o releer, independientemente de la edad con la que se acometa la empresa.


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