Reseña a «Sueños de Shangai»
Título original: «Qing hong». 2005. China. 2 h y 3 min. Drama. Dirección y guión: Xiaoshuai Wang. Elenco: Yuanyuan Gao, Bin Li, Hao Qin
Un retrato costumbrista de las líneas de defensa chinas, de adultos anulados y de jóvenes tímidos pero rebeldes. Un microcosmos de la China anterior a la apertura
La Revolución cultural es una de las políticas del periodo de gobierno de Mao Tse-tung más controvertidas y rechazadas por la China de las últimas décadas. Entre el marasmo de medidas absurdas que se llevaron a cabo se contemplaba la erradicación de la clase burguesa y la reeducación de sus integrantes por y como proletarios. De tal modo se inició un éxodo masivo y forzoso de familias con posibles y estudios medios y superiores hacia el interior del país, reconcentradas en núcleos rurales que se hacían pasar por ciudades, donde se les asignaba trabajos en el campo y en fábricas; algo que plagiaron muchos países del orbe comunista en Asia, como Camboya, con el vaciado de las ciudades por los Khmer Rouge, o la fundación de granjas comunales en Vietnam del Norte.
Pero dicho éxodo se puede confundir con otro que se hizo de forma voluntaria cuando las relaciones con el amigo soviético fueron tan tirantes que se quebraron ante el sonido de los tambores de guerra. Además de las purgas de filorusos, también se temió que Moscú iniciara una campaña militar contra el gigante asiático, todo coincidiendo con la Revolución cultural, durante la década de 1960, una de las más calientes del pasado siglo. Muchos trabajadores de las grandes ciudades chinas partieron al interior para asentarse en pueblos donde abrían sus puertas una serie de factorías estratégicas para el sostén del país en caso de conflagración, en las líneas de defensa. En «Sueños de Shangai» nos sentamos en un teatro llamado Guiyang, capital de la provincial de Guizhou, que se va formando a base de ladrillos toscamente colocados unos encima de otros, por muros que levantan paredes y viviendas para aquellos que se consideraban dignos hijos de Mao y luchadores contra los enemigos de la patria y el Comunismo chino y, en medio del escenario, está Wu Quinhong, una chica de diecisiete años, eje de toda la historia.
A un lado de Quinhong están sus padres, trasladados desde la populosa Shangai a comienzos de 1970, quienes han hundido los hombros pero no sus deseos de regresar a su ciudad; al otro, están los jóvenes como ella, perdidos en un entorno al que no pertenecen, pero que tienen la llave para poder regresar al hogar de sus padres gracias al estudio y su rebeldía juvenil contra el Régimen, aunque su innata timidez los reduzca a conatos de arrogancia enfundad en pantalones “pata de elefante” y poses de berrea otoñal.
Quinhong es una chica martirizada por su tiránico padre; es un fantasma que deambula por el paisaje gris del pueblo sin posibilidad alguna de ser feliz, existiendo tan solo para que su familia pueda salir de ese pueblucho gracias a sus estudios, a acceder a la universidad, cosa que no será fácil ni de conseguir ni aceptar. Sin ningún tipo de ambición personal que la impulse, Quinhong flota más que camina en pena mientras la cámara retrata un microcosmos de reconcentrados que esperan un cambio, un futuro distinto… que les deje elegir por sí mismos, debiendo asumir las consecuencias y que lo bueno puede convertirse en malo y justo al revés.
La sensación que acompaña al espectador durante todo el metraje es la de lineal tristeza, a semejanza del paisaje pelado que rodea un pueblo construido sin posibilidad alguna de belleza, una madriguera de ladrillo y cemento rápido para humanos, cuyos sueños se estrellan contra las autoridades y la incomunicación familiar y geográfica. La realidad que sirve de escenario es muy conocida por muchos chinos, que la vivieron principalmente de niños, cercados por los ampulosos brazos del Estado, encerrados en campos de concentración en los que se trata de imponer una felicidad (deber) que anule al individuo.
El director dedica el film a sus padres, trabajadores de fábricas de la tercera línea de defensa, en quienes, con toda probabilidad, inspira algunos de los personajes adultos que entran en escena. Y como si fuera un repaso descarnado de su pasado en el que Shangai, volver a ver sus luces y calles, se queda en un fútil sueño, incluso para el espectador, que le llegará a resultar hostil el natural transcurrir de la cinta y que dudará cuando se llegue al punto final de la misma, pues se le priva de la visión del objeto que sigue la cámara, pero se remarcan tres detonaciones, tres disparos. Dicha interrogante nos dejará un mal sabor de boca, quizá porque nos habíamos esperanzado con la posibilidad de un cambio de rumbo de Quinghong, pero sobre el que no se nos aclara por culpa de ese último instante que puede tener lecturas diferentes y, por qué no, descorazonadoras.
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