Guardia de cine: reseña a «El Trueno azul»

Título original: «Blue Thunder». 1983. EEUU. Dirección: Johan Badham. Guión: Dan O'Bannon, Don Jakoby. Reparto: Roy Scheider, Malcolm McDowell, Warren Oates, Candy Clark, Daniel Stern, Paul Roebling, David Sheiner

«El Trueno Azul» pretende advertir sobre la mala implantación de la tecnología y su peor uso

Quienes nacimos y crecimos durante los ’80, lo hicimos embelesados ante artefactos que anunciaban una incipiente revolución, aunque su aura de extraordinaria tecnificación en un mundo aún analógico los sumía en un denso manto de ciencia ficción. En materia de puro entretenimiento, cómo no, contábamos con productos como «El coche fantástico», un vehículo dotado de una socarrona inteligencia artificial, y «El halcón callejero», su contrapartida menos popular, pero también altamente tecnológica. También disfrutábamos de la perturbadora trilogía «Robocop», que bien merece un análisis a fondo, y de otra saga que se presentó como abiertamente tecnofóbica: «Terminator». Entre estas filas destaca el planteamiento del correcto uso del desarrollo informático para el mantenimiento del orden y la paz social, incluso desde cierta óptica de ingenuo optimismo; los títulos más desalentadores no son mayoría y son más propios de fechas anteriores.

Embelesados, sí, ante diseños un tanto rectos pero que nos asombraban a la par que los efectos especiales y las explosiones en cadena nos cegaban. Por edo no comprendíamos entonces el significado de los peligros que anunciaban aquellos argumentos.

Uno de los ejemplos más claros es «El Trueno Azul» (obviamos toda mención a la serie de televisión). No solo se llevó a la pantalla grande un adelanto tecnológico que no tardaría en ser realidad, sino el pavor de los responsables de la cinta a la implantación de su necesidad (algo tan en boga en nuestros días), tanto en el sector público como privado, incluso atentando contra la lógica en un país de libertades reconocidas.

Lo más evidente es la naturaleza táctica del aparato, que sobresalta al protagonista, Frank Murphy, piloto de la División Astro del Departamento de Policía de Los Ángeles. ¿Acaso pensaban desplegar helicópteros fuertemente artillados en áreas de densa población? ¿Por qué? El guión juega con el tenso panorama internacional de la época (1983): se desarrolla a contados meses de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, cuando el terrorismo campa a sus anchas por todo el globo y se está al borde de un colapso social ante la escalada de la Guerra fría. Pero todo esto no parece suficiente para que semejantes ingenios cubran los cielos de la ciudad californiana; ingenios que, no solo pueden neutralizar amenazas a golpe de ametralladora séxtuple de 20 mm., sino que son capaces de controlar a los ciudadanos, penetrar las paredes de sus hogares y compartir todos los datos dentro de una vasta red informática en crecimiento. Esto último es muy importante pues, aunque se tome a modo de chiste voyeur —Murphy y Lymangood espían la negociación de precios entre cliente y prostituta, con sonido y video claros, o se burlan de un policía de patrulla motorizada que consuela a una esposa sola en su mansión—, el protagonista de la cinta vuelve a mostrar su inquietud cuando su observador obtiene de la computadora la información de que la esposa del dueño de una casa está dentro de la misma (alguien lo ha visto, lo ha registrado y lo sabrá todo el que acceda pulsando las teclas correctas). De un chiste (que no lo es), se pasa a la honda preocupación, pero las mismas “armas” del helicóptero servirán a Murphy para rasgar la cortina de lo que verdaderamente se oculta tras el Especial 1.

No creo que nadie se disguste por lo que diré a continuación (supongo que todos nos hemos visto ya la película, ¿no?), que enlaza con algo que ya he adelantado y que es la creación de necesidades. En este supuesto estamos ante un turbio grupo de personas interesadas en el éxito del proyecto THOR y, para ello, no dudan en agitar el avispero provocando graves disturbios en la ciudad y eliminando a cuantos se acerquen a la terrible verdad. Hay intereses económicos de por medio, pero también otros dirigidos a la instauración de un estado represor.

Cierto es que Murphy da con todo esto no por su olfato de policía, sino por la reaparición en su vida del coronel Cochrane, el piloto de prueba del Trueno y uno de los principales defensores de la línea dura para la consecución del éxito del proyecto THOR. Cochrane es la razón del malestar psicológico del protagonista, veterano del Vietnam.

Sin esa legítima antipatía, Murphy no habría llegado a arañar la evidencia; menos habría alcanzado el clímax final, que es brillante. No me refiero al enfrentamiento entre helicópteros entre los rascacielos y calles de Los Ángeles, interviniendo hasta cazabombarderos (estos de maqueta), donde los efectos especiales “de salón” son los mínimos, llevando a los actores en aparatos reales en pleno vuelo, así como ofreciendo al espectador un derroche de material, pirotecnia y especialistas que compensa ciertos planos bochornosos de la escena de presentación del Trueno Azul en el polígono de pruebas (perfiles de niños que explotan en vez de ser agujereados por balas, acompañados del siempre ridículo ruido de petardos). Hablo de cuando Murphy planta el helicóptero en las vías del ferrocarril, éste es destruido y escuchamos, en off, un breve avance informativo sobre el escándalo del proyecto THOR que el protagonista ayuda a revelar, contabilizándose varios detenidos para ser interrogados, oficiales de policía incluidos: de esa tensa narración periodística se pasa al superficial y anodino parte meteorológico, entre otros, como pronosticando que tan grave asunto pronto quedará olvidado.

«El Trueno Azul» pretende dar un toque de atención sobre la traslación de tecnología del ámbito militar al civil sin un ajuste pacífico. No se adelanta a su tiempo (el tema es viejo), pero tampoco es una cinta paranoica que reniegue de todo avance, sobre todo en el campo de la protección ciudadana; pero advierte sobre su mala implantación y su peor uso. Obviamente, durante su realización, no se contaba con conglomerados empresariales como en la actualidad. Tampoco que se llegaría al extremo de que los ciudadanos, a título personal e individual, sacrificarían de buena gana su privacidad por tonterías tales como obtener un descuento en la adquisición de videojuegos online o para hacer limpieza de armario sin pagar comisión, asumiendo como normales las transacciones entre distintos entes cuyo objeto es la compraventa de datos personales que hemos facilitado gratis y sin rubor: desde la identidad física propia y ajena, hasta el lugar de las vacaciones, las inclinaciones políticas y los gustos a la hora de elegir un yogur del frigorífico del supermercado. Toda nuestra vida al descubierto, permitiendo un mayor control de movimientos no solo por parte del Estado, cuyo ánimo siempre habría de ser protector, sino, lo que es peor, por sujetos que deambulan con mayor sutilidad y que nunca han tenido en mente salvaguardar a nadie. No me tildéis, por culpa de este cierre, de conspiranoico, pues no lo soy. Tan solo quería hacer este apunte.

«El Trueno Azul», protagonizada por Roy Scheider, uno de mis actores más queridos y añorados, es una película muy bien realizada y que ha soportado el paso del tiempo de forma envidiable.

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